Beatriz de Bobadilla es otra de las conquenses ilustres cuya relación con Cuenca le viene de su marido, Andrés de Cabrera, judío converso que nació en Cuenca, en 1430.
También ella tenía un origen converso, aunque la mayoría de los documentos oculten el hecho, descubierto recientemente, según la profesora Pilar Rábade.
Su amistad con la reina Isabel les proporcionó muchas mercedes a lo largo de sus vidas, a ella y a su marido. Entre ellas el marquesado de Moya, y la célebre Hijuela, una reliquia que todavía hoy es objeto de devoción, consistente en un paño con manchas de sangre, que, se dice, es la de Cristo y que hace milagros.
Beatriz nació en Medina del Campo en 1440. Era once años mayor que la reina Isabel de la que fue amiga desde muy niñas. Según algunos cronistas se conocieron en Arévalo, donde los infantes estaban retenidos con su madre, la reina Isabel de Portugal, que sufría demencia, mientras gobernaba Enrique IV, hijo mayor del rey Juan II y de su primera esposa. El padre de Beatriz era el alcaide de Arévalo. Según otras fuentes fue en la fortaleza de Maqueda donde se conocieron, cuando Isabel y su hermano pasaron una larga temporada allí, en 1464. Sea como fuere, la amistad fue muy temprana y duró toda la vida, hasta la muerte de la reina en 1504.
Aunque fue el rey Enrique IV quien ordenó la boda de Beatriz con Andrés de Cabrera, alcaide de Segovia y custodio del tesoro del reino, un cargo muy importante dentro de la corte, lo hizo a instancias de Isabel, ya que era su dama de confianza.
El matrimonio vivió algunos años separado, tiempo en el que Beatriz permaneció en la corte al lado de Isabel, a la que acompañaba en sus viajes y la servía de diversas maneras. En una ocasión le salvó la vida, cuando sufrió un atentado en el asedio de Baza, en la guerra con el reino nazarí de 1487. Un musulmán entró en la tienda de Beatriz, situada en el campamento junto a la de los reyes, y la acuchilló al confundirla con la reina. No sufrió herida alguna porque el cuchillo dio en las joyas que llevaba.
El cronista dice que su afición por los arreos le salvó la vida. «Isabel compensó a su dama entregándole unas casas en Sevilla –28 de julio de 1488– así como treinta esclavas de las que se tomaron en la ciudad de Málaga. También fue receptora de otra merced tan curiosa como poder enviar una carabela con mercadería a Guinea con exención del quinto». (Rábade Obrador, 2017)
También la había ayudado antes para que no la casaran con Pedro Girón, el maestre de la Orden de Calatrava, quien murió, según unos, de muerte natural y, según otros, envenenado por orden de Beatriz. No hay documentos que prueben el envenenamiento ni la participación de Beatriz en el mismo, solo el relato de cronista que cuenta cómo la todavía princesa se pasó la noche rezando para que ocurriera algo que impidiera aquella boda y que Beatriz la consoló diciendo que no se preocupara que ella lo mataría.
Como se ve, los cronistas no siempre coinciden. Otros hechos de la vida de la que sería marquesa de Moya muestran como algunos relatos de los cronistas, tenidos por calumnias o maledicencias, aunque exageren o cambien algo, tienen un fondo de verdad. Por ejemplo, la estrecha relación de afecto entre Beatriz y el cardenal Mendoza. Los documentos hablan de una relación filial. En su testamento, el cardenal deja ciertas joyas a Beatriz de Bobadilla, a la que llama su hija. Sin embargo, Alonso de Palencia dice que fueron amantes. Habrá que deducir e interpretar lo que dicen unos y otros, podría ser su ahijada, su hija ilegítima y no reconocida, puesto que fue Francisco de Bobadilla quien le dio su apellido. En Arévalo estuvieron Beatriz y sus hermanos con los infantes Isabel y Alfonso hasta que el rey Enrique IV se llevó a sus hermanos a Segovia.
El marido de Beatriz, Andrés de Cabrera, era del bando de la hija del rey Enrique, que lo había nombrado alcaide de Segovia y encargado del tesoro, uno de los puestos más importantes del reino. Además de haber sido él el artífice de la boda de Andrés con Beatriz, para cuyo matrimonio le dio trescientos mil maravedíes de juro, repartidos en distintos lugares.
Quizá otra ayuda de Beatriz de Bobadilla a su amiga, la futura reina católica, fue convencer a su marido para cambiarse de bando.
Cambiaron las tierras segovianas por las de Cuenca, al ser nombrados marqueses de Moya en 1480, por los reyes, a cambio de sus servicios o para alejarlos de Segovia y evitar nuevas revueltas. El cronista Andrés Bernáldez, se refiere a Cabrera como el 'marido de la señora Bobadilla, marquesa de Moya', de forma que el título más relevante de Andrés Cabrera era, sobre todo, ser 'marido de'. Otro cronista, Alonso de Palencia, el que atribuye a Beatriz varios amantes, consideraba a Cabrera un advenedizo dominado por su mujer. Pedro Mártir de Anglería relata la defensa del alcázar de Segovia cuya dirección se hizo bajo la animosa Bobadilla –con sesenta y seis años– ante la incapacidad de su marido, que estaba viejo y con achaques.
La historiografía no da mucho crédito a este cronista, por su lengua viperina y porque era conocido que la reina católica, a la hora de seleccionar a sus damas, tenía en cuanta su conducta y muchas virtudes. Beatriz de Bobadilla, como la otra dama famosa de la corte, Beatriz Galindo tenían fama de ser mujeres cultas y virtuosas.
La amistad de Beatriz con la reina la hizo receptora de mercedes a ella directamente, aunque también se beneficiase su marido. Además de nombrarla marquesa de Moya, en 1500 le otorgó la Copa de oro, una copa en la que habían bebido los reyes, que tenía el valor simbólico de recordar la conquista de Segovia.
Ambos cónyuges tenían el privilegio de sentarse junto a los reyes en la misa y en otras ceremonias religiosas, privilegio que se transmitió a sus hijos «por juro de heredad». Cuando muere la reina Isabel, el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo, según la tradición, es la marquesa de Moya la que tuvo el privilegio de cerrarle los ojos. Beatriz y su marido mueren en 1511, con muy poca diferencia de fechas, primero fue ella y después él, se dice que por la pena de haber perdido a su esposa. El documento escrito por él poco antes de morir refleja el amor que se tenían.
Dentro de este señorío de Moya, crearon dos monasterios: el de los trinitarios, bajo la advocación de Nuestra señora de Tejeda en Garaballa, que todavía existe, y el de los dominicos, denominado de la Santa Cruz. Este último pertenece al pueblo de Carboneras de Guadazaón, hoy en ruinas, de las que solo queda en pie lo que era su iglesia, que se conoce como el Panteón de los marqueses de Moya, donde están enterrados.
También queda en este pueblo de Carboneras, la reliquia de la santa hijuela, en una de las capillas de la iglesia parroquial de Santo Domingo.