La polémica está servida. El arte vuelve a estar en el ojo del huracán con la apertura mañana en Barcelona de un nuevo museo llamado de Arte Prohibido. Con este nombre, el escandaloso centro creativo pretende exhibir más de 200 piezas que en algún momento del tiempo han sido censuradas, prohibidas o denunciadas por motivos políticos, sociales y religiosos.
Son muchas las piezas de famosos artistas como Picasso, Klimt, Warhol o Weiwei que pueden observarse sin complejos en este espacio promovido por el empresario Tatxo Benet.
Ubicado en la céntrica casa Garriga Nogués, del arquitecto Enric Sagnier, en unos 2.000 metros cuadrados se pueden ver producciones que van desde el siglo XVIII hasta la actualidad, desde algunos de los Caprichos de Goya a la Suite 347 del genio malagueño, así como fotografías de Robert Mapplethorpe o McJesus, de Jani Leinonen.
En total, en esta primera exposición, se exhibe un conjunto de 42 piezas, entre las que destacan Filippo Strozzi in lego, del artista chino Ai Weiwei; Cartel de Roland Garros, de Miquel Barceló; La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari, y Smiling Copper, de Bansky.
Benet, junto a la directora Rosa Rodrigo y el comisario artístico Carles Guerra, rememoraron ayer que todo empezó con la adquisición de la obra Presos políticos en España, de Santiago Sierra, que fue retirada de ARCO en 2018, y que, sin embargo, no puede verse en ninguna de las estancias del inmueble porque se encuentra cedida al Museo de Lleida.
Posteriormente, Benet adquirió tres obras más que habían sido censuradas, pero «no tenía en la cabeza empezar una colección», simplemente, con aquellas compras, aseveró, «me sentía buena persona, creía que había hecho lo que debía».
Sin embargo, empezó a navegar por internet y se topó con Silence rouge et bleu, de Zoulikha Bouabdellah, una instalación escultórica que la artista había realizado para una exposición colectiva en el Pavillon Vendôme, a partir de 30 alfombras de plegaria islámica, con una treintena de pares de zapatos de aguja, y que fue retirada ante el miedo a reacciones adversas por parte de la comunidad musulmana.
Fue entonces cuando sí se planteó seguir adquiriendo obras que hubieran sido censuradas, en un momento en el que «desconocía que no había colecciones o museos dedicadas a ellas».
Después de este tiempo y de ir diseñando su estructura y cómo mostrar las piezas, Benet cree que el «museo hace honor a la circunstancia de ser único en el mundo».