En los últimos meses, el uso y abuso de las redes sociales ha irrumpido con fuerza en la política estadounidense. El 26 de enero, la Cámara de Representantes de Florida aprobó con 106 votos a favor y 13 en contra un proyecto de ley para prohibirlas entre menores de 16 años. A falta del dictamen del Senado, la iniciativa propone acabar de forma inminente con todas las cuentas abiertas por adolescentes, independientemente de la autorización de sus padres.
Las cámaras legislativas federales, a su vez, están llamando a declarar a los responsables de las principales empresas tecnológicas. En los últimos días, han acusado a Mark Zuckerberg de tener «las manos manchadas de sangre» y han cuestionado de manera muy agresiva al CEO de Tik Tok, Shou Zi Chew, insinuando que mantiene lazos con el gobierno chino. En el vídeo del careo, que se ha hecho viral, el directivo insiste en que su pasaporte es de Singapur y que es ese país, y no China, donde hizo el servicio militar.
El tema es explosivo porque combina la preocupación geopolítica (China ha logrado adelantar a EEUU en un terreno que nadie esperaba) y la social. Cada vez más investigadores relacionan las redes sociales con el aumento exponencial de los casos de ansiedad y depresión, especialmente entre los más jóvenes. Estas dos enfermedades mentales se han duplicado y triplicado entre los adolescentes desde 2008, sobre todo entre las chicas.
Investigaciones como la de Max Fisher o Jonathan Haidt, concluyen que la única manera de frenar la epidemia es «desconectar el algoritmo» o, al menos, regular severamente el uso de teléfonos móviles hasta la mayoría de edad. Ambos comparan el momento actual con el que se vivió cuando se empezó a tomar consciencia de los efectos nocivos del tabaco.
El debate aún no ha prendido en España, pero no debería tardar en hacerlo. En otras latitudes, especialmente en Asia y Oriente Medio, hace tiempo que aplican medidas restrictivas o se plantean hacerlo. Una manera de interpretarlo es que Estados Unidos solo ha empezado a elevar el tono en serio una vez que ha perdido la hegemonía. Algo hay de cierto, pero no debería llevarnos a negar una epidemia que empieza a ser incontestable.