En un pequeño taller repleto de herramientas del Vivero de Empresas emergen sonidos inconfundibles, cada uno singular y diferente al anterior. Es un talento hipnótico que posee Adrián Lenhardy, quien da vida con mucha pasión a una tradición que combina fuerza, arte y sonido. Este joven herrero, afincado desde hace años en Palomera, tras seguir los pasos de un maestro artesano en Madrid, ha encontrado su pasión en una rama singular: la elaboración de gongs artesanales.
El proceso de creación de este instrumento es «complejo y requiere un conocimiento profundo» de la propia técnica. Todo comienza con una lámina circular de alpaca o plata alemana. El primer paso es «marcar el campo sonoro y también la línea de plegado». Con soplete en mano, «al rojo vivo», obtiene un «color natural, aunque también puedes barnizarlo después». Luego, con golpes precisos, moldea la pieza hasta dar con la forma deseada. Pero la verdadera magia ocurre al ajustar el grosor y la curvatura, elementos clave para definir el tono del instrumento.
Así, el momento más especial llega cuando «tienes que cargarte la pieza», tal cual, aunque parezca raro. Es ahí, cuando «defines el cuerpo sonoro». Golpe a golpe empiezas a «romperlo». Seguidamente, «le das la vuelta y empiezas a trabajar la tensión con un martillo de nailon para que no se marquen los impactos». Eso sí, hay que «golpear de canto». Es un paso donde «toda la tensión que has sacado, se la devuelves para dentro». Por lo tanto, «recobra su forma original». Ese es «el proceso mágico para que vuelva a estar bien».
Detalles. Tan solo bastaría con «pulir pequeños detalles y poner tus propias marcas», en este caso, Harmony Gongs. La media de trabajo en cada obra, «única y siempre diferente al resto, tanto en la forma como en el sonido que obtenemos», es de «dos días, dependiendo si encuentras o no la inspiración». Sus gongs son, principalmente, de 50, 60 o 85 centímetros, aunque también posee otro de hasta dos metros. Depende del «gusto y el uso que se le vaya a dar». Normalmente trabaja con estas medidas, aunque también se emplea en «las que me encargue el cliente».
Cabe incidir en que todo comenzó cuando escuchó a un amigo tocar este curioso armatoste. «Me encantó nada más escucharlo», reconoce. Ese sonido le despertó curiosidad y un viaje sin metas. Todo era más sencillo tras formarse primero en cerrajería y forja artística, por lo que tenía muy claro que su futuro estaría ligado con este instrumento asiático. Y, a partir de ahí, emprendió un camino lleno de ilusiones que ahora ve la luz, especialmente desde el último año, justo al borde de cumplir la treintena.
Hasta la fecha, después de ocho años embarcado en el sueño de fabricar estos instrumentos musicales ancestrales, Adrián Lenhardy ha vendido cerca de medio centenar de unidades. Por ahora, sin traspasar las fronteras nacionales, «pero el reto es convertirme en uno de los mejores y vender a cualquier cliente del planeta». Su ambición es ir siempre más allá, porque no puede «mantenerse quieto o conformarme». De hecho, «estos gongs están enfocados a una línea espiritual para hacer yoga u otras disciplinas», pero, «en breve», comenzará también a elaborar pensando en «orquestas, academias o grupos musicales». Y es que, ahora mismo, es un «ferviente creyente en la primera ley de la alquimia y la ley del intercambio equivalente».
Este herrero del sonido, beneficiado de una ayuda de la Diputación en los III Concurso Integra 4.0, señala que crea «instrumentos que no solo ofrecen una calidad sonora excepcional, sino que también actúan como herramientas de sanación y potenciadores de experiencias meditativas».
En cada golpe de maza y cada vibración resonante, este joven herrero demuestra que la combinación de tradición y pasión puede dar lugar a algo verdaderamente extraordinario. Su vida y obra se centran «en la búsqueda de equilibrio y perfección, unos valores que plasmo en cada pieza que creo», sentencia. El sonido es tan profundo y prolongado como lo será su carrera emprendedora.