Casualidades de la profesión periodística -que a diferencia de la política, existen-, esta semana me he colado en el proceloso mundo del aspirante a la carrera judicial. Si toda oposición exige constancia y rutina, renuncias y disciplina, ganar una plaza de juez o fiscal en unas pruebas que se prolongan durante un año traspasa todo el esfuerzo imaginable. Aunque la empresa sea colosal, imposible no es, y a la prueba están los datos. En la promoción a la que el rey entregó sus despachos a principios de este 2024, había 119 mujeres y 41 hombres. Este porcentaje es la media de los últimos años, lo que debería ser suficiente para desmentir el bulo de que la Justicia es machista, argumento de Irene Montero y la órbita de la izquierda radical cuando su ley suelta violadores abrió las puertas de la cárcel antes de tiempo a cientos de delincuentes sexuales de todo pelaje. Pero ese es otro debate, resuelto para la mayoría y manipulado por los de siempre.
Desconozco el tiempo que empleó Álvaro García Ortiz hasta que consiguió superar con éxito todas las pruebas para acceder a la carrera judicial. Lo logró en 1998 y si tenemos en cuenta que nació en 1967 en Lumbrales, Salamanca, cuando le llegó el día soñado tenía 31 años o estaba a punto de cumplirlos. Podríamos decir que está dentro de la media. También estaría dentro de la horquilla más común -o algo por encima- de los años que emplean en aprobar todos los exámenes: entre cinco y seis años. A esto hay que sumar el tiempo que García Ortiz invirtió en sacar la licenciatura de Derecho, requisito imprescindible para poder optar a las oposiciones a fiscal.
¿Te ha merecido la pena, Álvaro, bloquear los mejores años de tu vida para terminar pisoteando tu prestigio de fiscal de carrera? ¿No sufriste lo suficiente en aquellos largos años de estudio para terminar enfrentándote a una posible inhabilitación por tus conscientes malas artes? ¿Ha valido la pena comerte tantos años en superar una oposición que te deja exhausto para acabar como el primer fiscal general del Estado imputado en democracia? Y todo por salvar al que te nombró, aun a sabiendas de que no eras idóneo para el cargo, como se ha encargado de recordar el Consejo General del Poder Judicial. Y todo para agasajar los intereses de tu mentora, Dolores Delgado, con la que te empleaste a fondo para devolverle los favores prestados nombrándola fiscal de Memoria Democrática, lo que te conllevó el rapapolvo del Supremo cuando anuló esa designación apreciando «desviación de poder».
De nada sirve que hayas recibido el apoyo de buena parte de tus compañeros que componen la Junta de Fiscales de Sala y el Consejo Fiscal. No conviene hacerse trampas al solitario: esa cúpula del Ministerio Público la has elegido tú. No sales reforzado y eres protagonista de una situación inédita que viene a ahondar el deterioro de las instituciones democráticas. Para los que desconozcan el funcionamiento de la Fiscalía: es un órgano jerarquizado y eso implica que, cuando el procedimiento tome velocidad, sus subordinados -que, si no dimite, seguirán bajo sus órdenes- deberán interrogarle. ¿Ves oportuno, Álvaro, someter a tus compañeros a ese trance tan desagradable?
Álvaro, Alvarone, en el argot de muchos de tus compañeros: has preferido manchar la toga con el polvo del camino más inoportuno. Esa senda que te permitirá seguir en el cargo -ya veremos hasta cuándo- a costa de enterrar tu propia dignidad. Y una cosa más. Gracias por el autorretrato vía amenaza al más puro estilo de El Padrino: «Le aseguro que, si yo quisiera hacer daño a un determinado espectro político, tengo información de sobra». Nos quedamos mucho más tranquilos.