Javier del Castillo

Javier del Castillo


Memoria selectiva

02/07/2024

Lo que ocurrió hasta hace algo menos de trece años, el terrorismo de ETA, ya casi lo tenemos olvidado. O, al menos, hay un especial interés en ocultar ese triste pasado. Los cerca de novecientos asesinatos llevados a cabo por la banda terrorista, desde finales de los años 60 hasta octubre de 2011, están siendo borrados de la memoria colectiva, aunque el sufrimiento y el dolor de sus familias perdure para siempre. 
Lo que ocurrió en otoño de 2017 en Cataluña, a pesar de indultos, amnistías y componendas políticas, por mucho que se intente pasar página y se quiera convencer a la opinión pública de que los culpables no fueron quienes de manera unilateral declararon la independencia, será siempre un delito. La amnesia no se consigue cambiando las leyes y dejando sin castigo a los protagonistas de una de las mayores afrentas a nuestro actual sistema democrático.
Lo ocurrido hace algo más de 45 años – en diciembre de 1978 –, con el refrendo de más del 88% de los españoles a una Constitución consensuada entre los partidos políticos representados en el Congreso de los Diputados, ilustra una de las páginas más sobresalientes de nuestra historia reciente. Lo que algunos indocumentados llaman «el régimen del 78» ha servido, entre otras cosas, para que ellos disfruten de las libertades que no tuvieron sus padres y abuelos. Aunque sólo fuera por respeto a sus mayores, las nuevas generaciones deberían agradecer ese legado.
La memoria – siempre selectiva y subjetiva – no está siendo justa con quienes se empeñaron en mirar al futuro, dejando atrás las dos Españas, inducidos en buena medida por el miedo a volver a tiempos pasados. Los hijos y nietos de quienes cedieron y pactaron - desde la izquierda, la derecha y el centro - para poner fin a una larga historia de odio y enfrentamiento, escatiman ahora cualquier reconocimiento, despertando un odio que parecía superado. No son conscientes de lo mucho que hicieron sus progenitores, con errores, por supuesto, para evitar un retorno a las páginas más amargas de nuestra historia. El miedo a que pudiera repetirse la historia les impulsó a luchar por la concordia y la democracia.
Está muy bien que los hijos de la democracia quieran rendir ahora homenaje a sus abuelos o bisabuelos víctimas de la guerra. Que reivindiquen – sin que medie un afán de revancha – la memoria y el honor de las víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista. Que, como me decía recientemente un político de la Transición, no quede ningún cadáver sin identificar en las cunetas, ni en fosas comunes o junto a las tapias de los cementerios. Pero, sin dejar de reconocer también el sacrificio y la generosidad de   quienes, terminada la guerra, sufrieron de manera inmediata en sus propias carnes las consecuencias de la contienda.
Está bien no olvidar nunca lo ocurrido hace ya 85 años – para no volver a repetirlo -; está igual de bien homenajear a las víctimas de la guerra y de la dictadura, pero sin pasar por alto a las otras víctimas: los hijos de aquellos españoles que perdieron a sus padres. 
Me parece injusto menospreciar a esos niños de la guerra que tuvieron que sobreponerse a los desastres de la guerra. A nuestros padres, que nos han legado un país mucho más habitable. 
En definitiva, reconocer a los protagonistas del cambio a la democracia. No podemos olvidar que crecieron en medio del dolor y la precariedad, pero tuvieron la valentía y el arrojo de privarse de casi todo, a cambio de lograr un futuro mejor y más libre para sus hijos. 
Es de bien nacidos ser agradecidos.