No se trata del qué sino del quién. El Yo acuso contemporáneo es un ajusticiamiento selectivo que señala a la persona y no la fechoría que ha cometido. Cuando conviene se clama por el indulto y si el protagonista no es de la cuerda toca la lapidación en la vía pública. Es el día a día en la política y también en el periodismo, al que pretenden convertir en un apéndice más de los intereses de los que nos mandan en Moncloa o donde sea.
Antonio Maestre es un habitual de las tertulias de televisión, en las que se emplea a fondo para defender los postulados de izquierdas, cuanto más radicales, mejor. Vito Quiles es un periodista que ha hecho de la provocación su propia marca. Con un perfil muy agresivo con el Gobierno de Sánchez, se sitúa siempre en el ámbito de la derecha, cuanto más extrema, mejor. La moderación no va con ninguno de los dos y confunden la profesión con un activismo en el que las cartas están marcadas mucho antes de que empiece la partida. Tienen seguidores y odiadores a partes iguales y no precisamente por sus sesudos análisis. Comparten una estrategia agitadora que trata de amplificar sus audiencias con militantes, no con oyentes, espectadores o lectores.
Maestre anda buscando justificaciones al ataque de ira que tuvo contra Vito Quiles en plena calle. No está sólo, porque el lobby de la prensa alineada hacia la izquierda es más compacto que el de la derecha, más dada a emprender guerras por su cuenta. Le arrebató el micrófono a Vito con violencia y lo lanzó con fuerza mientras el periodista preguntaba al tertuliano «¿cómo llevas lo de tener que defender a un Gobierno abiertamente corrupto?». El micrófono quedó hecho trizas y Maestre denunciado por Vito en la comisaría de Policía.
Las artes de Vito Quiles no representan al conjunto de la profesión. Ya me dirán el interés que tiene lo que piense Antonio Maestre fuera de un plató de televisión o de un estudio de radio. Es una provocación a la que le sigue una respuesta enloquecida y en la que se juntan el hambre con las ganas de comer. Pero el hecho de que el equipo de opinión sincronizada haya salido a justificar la ira del tertuliano como respuesta al acoso confirma que no importa el qué sino el quién. Ocurre algo similar con los escraches a políticos. Las imágenes de la turba amenazando con rabia a Rita Barberá, Cristina Cifuentes o Soraya Sáenz de Santamaría fueron jaleadas por los mismos que luego se hacían los dignos cuando la masa iba al casoplón de Pablo Iglesias e Irene Montero. El jarabe democrático sólo se receta a los políticos de un ámbito, mientras que a los radicales de izquierdas no se les puede ni cuestionar sus permanentes contradicciones. Al periodismo, lo mismo. Llevamos años riendo las gracias a una forma de ejercer la profesión de forma bufonesca, un oficio convertido en fullero por folloneros, gonzos y wyomings, sin que nadie ose a criticar sus artes ni mucho menos se plantee reaccionar con agresividad. Ahora, ante un acoso sinsentido, hacen un llamamiento a arrancar micrófonos y lanzarlos lo más lejos posible. ¿Quién va a determinar lo que es una pregunta oportuna de la que no lo es? ¿Los jueces y profesores de todo? ¿Los que juzgan y dan lecciones hasta el punto de justificar una agresión como respuesta? Me gustan más los que defienden las ideas con argumentos. El resto es la prueba de una polarización que, el que está en los extremos, sólo ve en la orilla contraria.