De un tiempo a esta parte, nos encontramos empeñados en buscar una excusa para la celebración, para el festejo. Tanto, que prácticamente hemos dedicado un día a cualquier cosa o situación por práctica o absurda que esta sea. No todas tienen el mismo calado. Las hay que pasan completamente desapercibidas y otras que anidan en nuestra vida espoleadas por un interés más o menos avieso. Sea como sea, esta práctica parece que intenta sustituir la ancestral costumbre de festejar el patrón de tal o cual gremio, algunos de los cuales, apartados tanto por la velocidad de una sociedad en la que lo presente ya no existe como por la secularización reinante que tilda de rancio y viejo todo aquello que vincule cualquier costumbre católica con la sociedad actual, viven en la memoria de los que se resisten a perder lo que en otro tiempo fue causa de encuentro. Las bondades del calendario, cifradas en ese movimiento uniforme que nos permite cruzarlo siempre a igual velocidad (discúlpenme el guiño a Leño) nos permiten mantener un encuentro, cara a cara, el próximo viernes con el patrón de uno de los colectivos más necesarios hoy en día.
Los podemos ver caminando entre nosotros, pero son fácilmente reconocibles. A pesar de convivir un momento histórico en el que el adocenamiento se erige casi, casi en doctrina social, son aquellos que aún mantienen intacta su capacidad de asombro viendo la realidad de una manera diferente y, sobre todo, intentando erigirse en notarios de una situación en la que el común de los mortales ya no sabe discernir qué es cierto o qué responde a la inteligencia artificial.
Sea la hora que sea enarbolan la bandera de la independencia para hacer suyo aquel fragmento que escribiera Rostand para su Cyrano anhelando tener el ojo avizor reconociendo, sólo al que vale, los méritos, manteniéndose a una distancia prudente de la realidad con el fin de contar la verdad.
No crean que el aire despistado que suele rodearles es impostado. Más bien es la consecuencia de aquel que está continuamente haciéndose las preguntas oportunas, sabedor de que el comienzo de su fin profesional será aquel día en que, por más que rebusque en su interior, no las encuentre. Por eso, sobreviven en un espacio en el que ya no saben diferenciar lo propio y lo ajeno, lo personal y lo profesional, adquiriendo el aura distraída que les acompaña de por vida.
Y, sobre todo, son de los pocos profesionales que despliegan a diario su expecto patronum. La legión de seguidores de Harry Potter sabrá que éste es un hechizo sumamente complicado que genera una energía positiva que hace de barrera contra los dementores. Pues ellos, los necesarios periodistas, la despliegan a diario para arrojar un poquillo de luz y esperanza en esta sociedad en la que navegamos entre news y fakenews. Así que, queridos amigos periodistas, que mañana, 24 de enero, festejéis a San Francisco de Sales, patrón de vuestro gremio, con toda la alegría que el mundo os permita.