Editorial

La soledad de Sánchez y la necesidad de acabar con el frentismo

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Pedro Sánchez vive uno de los momentos más complicados desde que accedió a la Presidencia del Gobierno. Sus socios de investidura se han convertido en incómodos compañeros de viaje con sus continuas demandas, coaccionando la gestión de un Ejecutivo que garantiza su futuro con inquietantes cesiones que rompen la igualdad entre españoles. Los acuerdos con Junts, perdonando el Estado una parte importante de la deuda a Cataluña o cediéndole la gestión en materia migratoria, han servido para salvar un match ball que podía haber puesto patas arribas la actual legislatura. Sin embargo, los malabarismos que está obligado a hacer el Gabinete de Sánchez evidencian que el objetivo principal es mantenerse en el poder y no salvaguardar el interés general de los ciudadanos.

Por mucho que se empeñen sus ministros en situar el foco de atención en otro lado, la soledad y la debilidad del presidente es manifiesta, ya no solo en España, donde sus aliados -Sumar, Podemos y nacionalistas vascos y catalanes- se niegan en rotundo a aumentar el gasto en Defensa o a aprobar los Presupuestos Generales del Estado, sino también en el seno de una Unión Europea que desconfía del discurso del líder del PSOE y constata la falta de apoyos que tiene en su propio país para sacar adelantes medidas fundamentales. 

Sánchez ha pasado de instar a Mariano Rajoy a presentar su dimisión y convocar elecciones por no presentar las cuentas del Estado en el Congreso, a defender con vehemencia su prórroga, con un discurso cargado de hipocresía y con tintes que rozan la soberbia. Gobernar en minoría exige diálogo y negociación, no sólo con los socios, sino con una oposición -PP- que no hay que olvidar que en las últimas elecciones fue la fuerza más votada y cuenta con mayoría absoluta en el Senado. El presidente ha dado siempre la espalda a un Feijóo que, en cuestiones claves y siempre que también ponga de su parte, puede servir de ayuda y erigirse en el dique de contención de la voracidad de los nacionalistas y de los 'peros' y condiciones de la extrema izquierda. El aumento del gasto en Defensa es la prueba de fuego de un Ejecutivo que, con excepción del PNV, tiene a todo el Parlamento en contra. Ha llegado el momento de dejar a un lado ese rancio frentismo y tender la mano, porque, guste o no, en esta cuestión es el PP o la nada. La argucia, una más, de tratar de colar esta medida sin pasar por el control de la Cámara Baja es un insulto a la democracia y un paso más hacia la sombra de una autocracia cada vez más alargada.