La Presidencia de Donald Trump ha sacudido el tablero mundial casi tanto como hace tres años lo hizo la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin. Ambos líderes han consolidado el fin de la tregua iniciada en 1945 y, cada uno a su manera, destruido el orden internacional construido desde entonces. Se habla mucho en los medios de comunicación y también por parte de algunos académicos (en particular sir Robin Niblett, La nueva guerra fría, RBA, 2024) del regreso a una guerra fría entre los bloques liberal y autoritario. Pero lo cierto es que a la luz de las últimas acciones del presidente Trump, está claro que el mundo no se encuentra en los albores de una confrontación gélida sino de una candente. Esto no es 1946 sino 1931.
Si bien las causas de la Primera Guerra Mundial son muy difíciles de clasificar, las de la Segunda son mucho más trazables y pueden resumirse, fundamentalmente, en dos: el revisionismo territorial, y el enfrentamiento de dos órdenes geoeconómicos alternativos. El primero lo conocemos de sobra: el revanchismo de Alemania y Japón, potencias despreciadas en el Tratado de Versalles, pero también el imperialismo soviético e italiano, así como el apaciguamiento por parte de las democracias europeas y el aislamiento americano, propiciaron que el orden territorial de 1919 saltara en pedazos. Pero la dinámica geoeconómica del conflicto es más desconocida. La Segunda Guerra Mundial fue principalmente el producto de la confrontación de versiones opuestas del orden global, en su composición geopolítica y geoeconómica.
El bloque de los Aliados quería mantener un orden de reglas que permitiese el florecimiento del libre comercio; el bloque del eje, en particular Alemania y Japón, buscaban la creación de esferas autárquicas, de nuevos imperios cerrados (basados también en conceptos de superioridad étnica) que pudieran competir con los dos grandes rivales capitalistas: el Imperio británico y el imperio informal estadounidense, que junto al imperio colonial francés, dominaban la mayor parte de los recursos naturales del planeta y marcaban los tiempos de la economía política global. La autarquía alemana dentro del imperio nazi (a lo largo y ancho del espacio vital de habitación -el lebensraum-) y la japonesa, que se extendía desde la isla de Honshu hasta Indonesia -en la llamada Esfera de Co-prosperidad- buscaban plantear una alternativa al sistema comercial dominado por los capitalistas occidentales. Es interesantísimo el ensayo de los profesores Brendan Simms y Charlie Laderman, Hitler's American Gamble, en el que detallan cómo el gran enemigo ideológico del nazismo y del dictador alemán no era otro que el capitalismo global de Estados Unidos y que el verdadero proyecto estratégico del III Reich era terminar con ese dominio económico y también político. Estos dos bloques, estas dos formas de ver el mundo, son las que se enfrentaron en la Segunda Guerra Mundial, y son las mismas que se enfrentan en el escenario geopolítico de hoy en día. Sin embargo, hay una diferencia sustancial: la principal potencia económica, política y militar (Estados Unidos) ya no engrosa la lista de los aliados, liberales y capitalistas, sino que pretende una aquiescencia con las potencias del nuevo eje -un eje autoritario y expansionista formado por Rusia y China-, que encarna el mismo revanchismo y revisionismo histórico que Alemania y Japón hace 90 años.
La voladura del libre comercio mediante la imposición arbitraria, sin ton ni son, de aranceles por parte de la administración Trump (además del abandono militar de Europa, Ucrania, y el apaciguamiento a Rusia) ha sacado a Estados Unidos del bloque que integraba el siglo pasado y ha consolidado un regreso al sistema internacional de los años 30: uno en el que grandes bloques de potencias compiten por la hegemonía sin estar, como la época de la guerra fría, hermetizados el uno del otro. Porque lo que verdaderamente dispara la tensión bélica en el mundo y hace tan sensible el juego de las relaciones internacionales es la interdependencia (fruto de la globalización) entre grandes potencias. Esa cualidad del sistema internacional existía antes de las guerras mundiales del siglo pasado y fue factor decisivo de la volatilización de conflictos localizados (como las acciones de Japón en Asia o de Italia en África o la depresión económica en Estados Unidos).
La guerra comercial desatada por Donald Trump aumentará drásticamente la tensión económica y forzará a las grandes potencias a llevar a cabo políticas exteriores mucho más asertivas en lo geopolítico para lidiar con las consecuencias, tal y como sucedió antes de 1914 y de 1939. Estamos siendo testigos del comienzo de una carrera desaforada por determinar el rumbo geoeconómico y, por tanto, geopolítico de las relaciones internacionales y ello puede acarrear un enfrentamiento bélico de proporciones nunca antes vistas. El farolillo rojo de las bolsas mundiales estas semanas es alarmante; el de la Historia, es aterrador.
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