Es lo que tiene dejar las cosas para mañana, que llega ese mañana y al final dudas si hacer lo que pensabas, teniendo en cuenta que la actualidad vuela y hoy es Siria quien ocupa la atención informativa junto al nuevo envite de Junts.
Y eso es lo que me ha pasado con Manuel Marchena. Llevo semanas pergeñando el artículo sobre el cese de su mandato como Presidente de la Sala II del Tribunal Supremo y, cuando me he puesto a escribir el artículo, me doy cuenta que es poco o nada lo que puedo añadir a lo publicado por otros colegas.
Sí, puedo insistir en que Manuel Marchena va a dejar un vacío evidente, y no porque quien le pueda suceder al frente de la Sala II no tenga méritos jurídicos, sino porque él se ha convertido en un símbolo y los símbolos no tienen un alter ego.
Manuel Marchena es el símbolo de la imparcialidad de la Justicia, del juez que ha antepuesto el cumplimiento de la ley a cualquier componenda política, que se ha mantenido escrupulosamente neutral ante quienes le tiraban de un brazo y del otro.
Presidir el tribunal que juzgaba a los organizadores del llamado "procés" no era tarea fácil. Todas las miradas estaban puestas en el tribunal, y los protagonistas del "procés" esperaban que Marchena y sus compañeros de Sala cometieran un error. No lo hicieron, de manera que la actuación de Marchena y del resto de los magistrados fue impecable y así lo pudimos ver todos los ciudadanos a través de las pantallas de televisión. Porque Manuel Marchena tuvo claro que, para que nadie pudiera "interpretar" lo que pasaba en la Sala, lo mejor era que se retransmitiera en directo. Fue una decisión tan atinada como inteligente.
Pero claro, todo esto ya lo saben ustedes, lectores. Ahora lo que toca, o lo que yo debería, es decir algo que no se haya dicho de Manuel Marchena, que seguirá como magistrado de la Sala II del Supremo, pero como uno más si es que eso fuera a ser posible. Y no lo es porque, sin cuestionar los méritos del resto de sus compañeros de Sala, Marchena ha dejado una impronta en la opinión pública que hace que los ciudadanos de a pie sepamos que se trata de un juez cuyo único objetivo es hacer justicia. Para la inmensa mayoría de los ciudadanos se ha convertido en un referente, en el modelo de lo que debe de ser un juez. Diré algo más: es de justicia reconocer el trabajo realizado durante estos últimos años por la Sala II que él ha presidido y que, por tanto, el prestigio de esta sala sea reconocido por la inmensa mayoría de la opinión pública.
Les diré que a Manuel Marchena le conocí hace ya unos años y que de inmediato pensé que me recordaba a alguien. Enseguida me di cuenta que su figura enjuta y su gesto contenido, acaso solo traicionado por el brillo irónico de su mirada, me recordaba al Caballero de la Triste Figura que tantas veces hemos visto "dibujado". Da el perfil, alto, delgado, con ademanes contenidos, y ese halo de ironía en la mirada que no logra mantener a raya. A él también le hemos visto enfrentarse a molinos de viento y librar batallas jurídicas que otros cifraban en inútiles pero que, para un juez cuyo fin último es hacer justicia, eran batallas que no ha dudado en dar.
Es más, me atrevo a decir que muchos ciudadanos se han reconciliado con la idea que tienen de la Justicia en nuestro país, gracias a Manuel Marchena, que por cierto podría continuar en "funciones" como Presidente hasta que se elija un sucesor, algo que por ahora parece complicado. Pero él ha preferido dejar el cargo con la elegancia que es hábito en él.
Lo que quizá pocos saben es el precio que ha pagado por su honradez e imparcialidad. Pero esa es otra historia que pertenece a su ámbito personal y no me toca a mí contar.