De no encontrarse enfermo, y no hay noticia en ese sentido, la ausencia de Pedro Sánchez del funeral celebrado en Valencia por la memoria de las doscientas veintidós víctimas de la riada ha sido una decisión incompatible con el decoro y la responsabilidad exigible a quien preside el Gobierno de España. Una ausencia que induce a pensar que no acudió por temor a que se repitiera la experiencia de lo acaecido hace un mes en Paiporta -una de las localidades arrasadas por la riada- cuando salió huyendo entre improperios, abucheos y lanzamiento de barro por parte algunos vecinos afectados por el desastre e indignados por la tardanza de la intervención de las autoridades.
En aquella ocasión también el rey Felipe VI y Carlos Mazón fueron objeto de improperios y abucheos. Fueron momentos de mucha tensión. Pero un mes después, el lunes, los reyes regresaron a Valencia y junto al presidente de la Generalitat asistieron al funeral en la catedral de Valencia. En ese escenario de ausencia, más allá de la falta de gallardía de Sánchez se refleja un hecho demoledor: la dificultad para comparecer en público ante el temor a ser abucheado. Hay que decir que se lo ha ganado a pulso por su forma de gobernar, sus frecuentes faltas a la verdad, sus pactos con los grupos políticos antisistema, las modificaciones del Código Penal para favorecer a sus socios parlamentarios o los cambios sin explicación de la política exterior, como fue plegarse a la posición de Marruecos sobre el futuro del Sahara.
Sánchez cosecha lo que siembra y lo que en términos de popularidad ha cosechado a lo largo de los seis años que lleva al frente del Gobierno es una desafección creciente. Y un índice decreciente de popularidad que reflejan todas las encuestas con excepción de las que realiza el CIS -una más de las instituciones del Estado colonizadas por el sanchismo.
Una desafección que también se refleja en todos los sondeos de intención de voto, en los que va por delante el PP, aunque Sánchez conjuga ese escenario cediendo a nuevas exigencias para amarrar el apoyo de la miríada de socios parlamentarios del PSOE, ahora en plena berrea, sabedores de qué Pedro Sánchez pagará cualquier precio para conseguir el voto favorable a los Presupuestos, la llave que le podría asegurar otros tres años en La Moncloa.