Hubo un tiempo en el que los arboles ocupaban una gran parte del planeta. Pero los fuimos exterminando. Los árboles son como los humanos, bellos, imprescindibles. Sabemos por la Literatura y el Cine que sienten, se comunican, se deprimen. Por la Ciencia, que son colaboradores necesarios de los humanos para combatir los desastres climáticos que los humanos han creado. Nadie conocía hasta ahora sus poder destructivo. En algunos lugares se han eliminado sistemáticamente para construir barcos, muebles, leña o porque simplemente estorbaban. Nadie los ha sustituido en siglos. Así nacen los desiertos. En las ciudades se prefiere el asfalto a los árboles y en los países pobres, la pobreza a los arboles.
No habría que pedirlos, si los responsables compartieran la sabiduría antigua y actual sobre los arboles. En el centro histórico de Toledo, en cada casa, existía un jardín adosado con árboles frutales o de sombra. Era la representación persa del paraíso oriental. Las plantaciones en las ciudades deberían ser masivas y obligatorias. Como son las canalizaciones de aguas fecales o de aguas limpias. Eso sí, sabiendo que un árbol no puede crecer en los cuatro años que duran los mandatos de los concejales. Lo cual supone que no se puede plantar cualquier árbol. Que se deben plantar los más idóneos para cada lugar. Los arboles, como los humanos, son frágiles, tienen que ser cuidados, mimados. Padecen enfermedades, epidemias. Deben ser nutridos con regularidad y producen excrecencias que llamamos hojas y ramas, costosas de recoger. Los árboles tienen que enraizar adecuadamente, ser podados por expertos sin que se les produzcan heridas, algunas mortales. Ya no son, sólo, un detalle decorativo. Ayudan a disminuir los elementos tóxicos que respiramos, reducir las altas temperaturas cada año más elevadas e incrementar la salud física y mental de los humanos. Habrá que crear condiciones de bienestar para la vegetación y las masas arbóreas. Es decir, necesitan recursos económicos para el inicio de sus vidas, un desarrollo saludable, una madurez equilibrada y una vejez frágil. En fin, no parece que sea muy difícil entender que los arboles, son como los humanos, seres vivos. Bellos e inocentes. Aunque si se dan un paseo por alguna ciudad, como Toledo, se les escapará el alma del cuerpo por la tristeza.