Necesitamos, como agua de mayo, un paréntesis vacacional. Un respiro. Un descanso, que nos permita asimilar la información y los escándalos de las últimas semanas. La Semana Santa, tiempo de penitencia y reflexión, puede ser un alivio, un punto de inflexión, aunque no para los políticos que ya están de nuevo en campaña.
Los koldos, los novios, los prófugos, los hermanos, los cuñados, los comisionistas y los intermediarios seguirán presidiendo las procesiones – camino del calvario -, en este viacrucis interminable que es España. En los medios afines al Gobierno seguirán apareciendo supuestas irregularidades de la derecha, especialmente del novio de Ayuso – perdón, la pareja, que eso de novio es muy antiguo – y en los medios más críticos con el Gobierno las andanzas, aventuras y mordidas de los amigos y exasesores de José Luis Ábalos.
La mujer de Koldo o la hermana de Óscar Puente también se colarán entre los pasos religiosos y las cofradías. Es probable, incluso, que el ministro de Transportes se tome un pequeño receso en su furibunda campaña contra los periodistas que tienen la fea costumbre de denunciar irregularidades y abusos - propios de un matón premiado por el simple hecho de serlo –, en lugar de aplaudir la amnistía y las extorsiones y amenazas de los independentistas.
Vivimos en un país a la deriva, donde todo es posible. En un país donde mentir ya no es noticia, sino una costumbre arraigada que Sánchez se empeña en preservar. En un país donde los hermanos cofrades rezan para que no llueva durante las procesiones, y donde los políticos buscan a través de elecciones anticipadas arreglar sus propios problemas, olvidando los de la ciudadanía en general.
Me viene a la memoria el estribillo de «¿Quién maneja mi barca?, que a la deriva me lleva», cantado por Remedios Amaya en Eurovisión, unos meses después de que Felipe González presidiera el primer gobierno socialista de la democracia. Entonces, la única deriva que nos preocupaba a los españoles era la involución democrática o no alcanzar los requisitos y objetivos que nos permitieran la incorporación a la familia europea. Había una importante tarea por hacer entre todos y primaban los intereses generales.
A la vuelta de Semana Santa – mejor olvidarse unos días de lo que nos espera –, habrá elecciones en el País Vasco (21 de abril), en Cataluña (12 de mayo, día después del Festival de Eurovisión, por si le interesa a los amnistiados) y elecciones al Parlamento Europeo (9 de junio). Tres citas con las urnas en las que se va decidir si Bildu le da la puntilla al PNV; si los independentistas de Esquerra y Junts alcanzarán acuerdos para celebrar lo antes posible otro referéndum, mientras se sigue empobreciendo Cataluña, y si en las europeas Sánchez conseguirá una nueva derrota que le lleve – a pesar de los pesares y de forma recurrente – hasta la victoria final.
Está bien que los ciudadanos puedan votar a sus representantes en un sistema democrático. Está bien que esos representantes se sometan cada cierto tiempo a un escrutinio popular. Pero, sin olvidar que, entre una elección y otra, tienen la obligación de trabajar para mejorar la vida de los ciudadanos. En una palabra, dedicar más tiempo a resolver los problemas comunes y menos a generar conflictos y problemas donde no los hay.
Algo tan sencillo como eso.