Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


Lo normal

12/10/2023

Me contaba un amigo colombiano, residente y arraigado en España desde hace años, que a un paisano suyo de visita en España lo paró la Guardia Civil de Tráfico por la comisión de alguna infracción en la carretera y que el colombiano, ni corto ni perezoso, acostumbrado a lo mismo que habría hecho en su país, cuando le pidió el agente la documentación se echó la mano al bolsillo y le ofreció un billete de 100 euros para intentar solucionar el problemilla, así como en plan pelillos a la mar, vamos a evitarnos las molestias burocráticas y tómense ustedes unas cañas a mi salud. Sí, ni más ni menos que a la Benemérita.
 Como pueden imaginarse, entre el «¡bájese del coche!», verse en la comandancia, luego en el juzgado y después en su país contándolo, el pasmado colombiano aún no había tenido tiempo para reflexionar y asumir perplejo lo ocurrido. Y aún menos sus familiares, amigos y conocidos que cuando les contaba el episodio se echaban las manos a la cabeza sin poder entender cómo es posible que el guardia no aceptara aquellos 100 euros, que al cambio son 456.577,33 pesos del ala, ni más ni menos, con lo bien que le habrían venido para reforzar su economía familiar con tan ingente suma.
Y el caso es que todos aquellos familiares, amigos y conocidos del colombiano son, por lo general, gente de bien, de conducta más o menos intachable, que no suelen delinquir. La cuestión es, entonces, y a lo que voy, una cuestión de normalidad, de asumir como normal lo que es habitual, por negativo y deplorable que sea, que en este caso no es otra cosa que la habitualidad en la conducta corrupta de la policía colombiana.   
Parece ser que lo de acostumbrarse a la corrupción y verla como normal es un proceso gradual que puede ser creado de manera artificial, es decir, que te pueden acostumbrar a lo malo y negativo sin que te des cuenta. Y este proceso de acondicionamiento puede ser tan fuerte que una vez consolidado se termina asumiendo y defendiendo lo indefendible. 
En la política española ocurren diariamente cosas que hace unos años habrían supuesto un escándalo mayúsculo e insoslayable. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a la corrupción que implica la mentira metódica, instrumental y cotidiana, al hecho de que se indulten los políticos entre ellos, a que asalten y ocupen todas las instituciones democráticas. Se trata de un problema moral, cultural y cívico que ha liberado de toda inhibición a nuestros actuales mandatarios, capaces de defender hoy una postura y mañana la opuesta guiados exclusivamente por su personal interés político o económico sin el mínimo atisbo de escrúpulo. 
Ya verán con qué normalidad se asumirá la amnistía de Puigdemont, ese asalto al Estado de derecho que atenta contra el principio de la división de poderes y que deslegitima a la Justicia española.