Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Borges y Toledo

22/07/2024

Contemplo con sorpresa y curiosidad una foto de Jorge Luis Borges en Toledo, del brazo de María Kodama. 
Es una foto familiar, un día soleado, limpio y azul, nada esmerada ni cuidada, destinada a algún álbum familiar, sin duda tirada por un amigo o turista cazado al vuelo que no sabía muy bien si centrarse en los protagonistas o en la vista. 
Una foto muy similar a las instantáneas, tantos millones de veces repetidas por parejas de amantes, desde el Valle con el fondo inconmovible y arrogante del Toledo histórico.
Borges ya está ciego y, sin duda, se imagina o rememora esa vista toledana imponente que no ve, pero que oye, respira y posiblemente le describan o apunten (imagínense qué trago narrarle así, sin anestesia, a Borges), palpe y sienta, como haría con sus otras ciudades españolas preferida: Sevilla, Ronda o su idolatrada Granada y la Alhambra.
Quizá mientras le cuentan, le asaltan fogonazos de 'El brujo postergado' y rememora su reescritura de la figura del mago Illán (que también evocaron Azorín, Alarcón, el Conde de Lucanor, o los cuentos orientales de los 'Cuarenta días y las cuarenta noches') y siente bajo sus pies ese gabinete subterráneo fantástico, al que se accede por una larga e ignota escalera labrada, y desde el cual podría percibir, sobre su cabeza, el lecho del Tajo. 
Esa estancia en la que el mago hizo despertar de golpe al ingrato deán de Santiago, que de un plumazo pasó de ser Papa a ni ser feliz ni comer perdices, por no saber complacer e ir ninguneando al brujo toledano. A quién se le ocurre…
Quizá mientras le cuentan y sujeta casi indolentemente con la mano diestra, esa que no aferra vigorosa María, la empuñadura de su fiel bastón, esconda bajo su elegante madera un puñal forjado en Toledo el siglo XIX. La daga que guardaba en el cajón de su despacho de Buenos Aires esperando su destino, porque todo puñal para puñal ha nacido. 
El puñal que regalaron a su padre, que tuvo en su mano el malogrado Evaristo Carriego, con el que tantos tras él jugaron un rato. El puñal que durmió décadas infrautilizado como abrecartas. Ese puñal que en una convención de puñales avergonzaría al de Bruto o al de Jack el destripador. Un puñal que, quién sabe, igual ha retornado a Toledo a congraciarse con su naturaleza.
Quizá, tras la foto, se gire para, mirando sin ver hacia Toledo, plantear un problema: «Imaginemos que en Toledo se descubre un papel con un texto arábigo y que los paleógrafos lo declaran de puño y letra de aquel Cide Hamete Benengeli, de quien Cervantes derivó el don Quijote. En el texto leemos que el héroe descubre, al cabo de uno de sus muchos combates, que ha dado muerte a un hombre. En este punto cesa el fragmento; el problema es adivinar, o conjeturar, cómo reacciona don Quijote».
Y seguro que, mientras acaricia delicadamente su bastón, el mundo, nunca el universo borgiano, parará por un instante.