Se pueden tener 242.600 millones de dólares y ser más pobre que las ratas. Es más; se puede necesitar tener 242.600 millones de dólares, precisamente para que los demás no descubran que uno es pobre. A Elon Musk, el tipo con el que Trump cuenta para desmantelar Estados Unidos, diríjase que le ocurre eso, que siendo pobre de pedir ha amasado una fortuna colosal para que no se le note.
Cualquiera que sepa qué cualidades y virtudes adornan a un gran hombre, ha de concluir que, por carecer de casi todas ellas, el hombre más rico del mundo es un pobre hombre. El narcisista extremo, y Musk lo es, arrastra su menesterosidad esencial, la de no poder amar (eso que hoy se llama empatía), contagiando con ella cuanto su inmenso poder toca. Así, despoja a sus automóviles del elemento más valioso, el ser humano que lo conduce, o a Twitter de su mayor riqueza, los miles de empleados que despidió al hacerse con ella. No parece sino que éste hombre no tenga otro sueño que el de expandir la pobreza.
Decía Pedro Sánchez que habrán de contribuir algo más al común aquellos que tienen tanto dinero que les alcanzaría para vivir cien vidas con holgura. ¿Para cuántas vidas dan 242.600 millones de dólares? Seguramente para tantas como a los que su apalancamiento por un solo individuo priva de lo necesario para la vida. Ahora bien; es posible que Elon Musk prefiriera, si no fuera esclavo del espejismo de la riqueza inútil, una sola vida, una que no necesitara tanto poder y tanto dinero para disimular constantemente su pobreza, una vida mejor, en suma.
Si ya se empobreció la vida de la gente a golpe de tuit, ¿a qué extremos de miseria puede llegar con X, un golpe al tesoro de la verdad en sí misma? En su desenfrenada compulsión por disimular su pobreza, esta criatura parece decidida a emplear su descomunal fortuna en empobrecer a los demás para que no se note la suya.