Vivir por encima de las posibilidades, con derroche de caprichos y ostentación, incluso endeudándose para disfrutar de las mejores vacaciones, no solo sucede ahora. Así ocurría también hace tres siglos en la sociedad del clásico ilustrado italiano Carlo Goldoni (1707-1793), quien desde su especial sentido para la observación, plagado de ironía, lo plasmó en una de sus obras más conocidas. Precisamente, uno de sus textos más representados, Las locuras por el veraneo, llega esta tarde al Teatro Auditorio (20,30 horas) de la mano de Eduardo Vasco, que además de director se ha encargado de adaptar la obra.
La compañía Noviembre Teatro, en coproducción con el Teatro Español, es la encargada de llevar a escena Las locuras por el veraneo, en un montaje muy atractivo para el espectador, no solo por la comedia en sí, sino porque Vasco traslada la trama a los años veinte.
Las locuras por el veraneo es la historia de dos familias de Livorno que preparan sus vacaciones a un lugar llamado Montenero, en la Toscana. Entre estas familias se desata una competición de apariencias porque el veraneo se encuentra entre las actividades sociales irrenunciables. Pese a que una de ellas está endeuda hasta las cejas, no se va a resignar a quedarse sin vacaciones, sobre todo, teniendo en cuenta que la otra familia, la de su vecino Filippo, y su bella hija Giacinta, lo tienen todo a punto para partir hacia un verano de ensueño.
Esta obra es el ejemplo perfecto de ese retrato de sus vecinos, que viven de una manera desmedida el veraneo, incluyendo el gasto extraordinario y entregados al mundo de las apariencias y de la imagen. Así lo pone de manifiesto Eduardo Vasco, que también subraya que Goldoni se caracterizaba por ser «muy mordaz e incisivo» con el comportamiento de sus vecinos, pero de una manera tranquila y que envuelve en la comedia.
«Somos muy parecidos». La ironía de Goldoni en la obra, plagada de escenas que provocan la risa del espectador, es inmune el paso del tiempo y se puede aplicar a estos tiempos. «No hemos cambiado tanto, los seres humanos somos muy parecidos desde hace muchos siglos», señala el director. Además, pese a que se escribió en 1761, el texto es un espejo de lo que sucede hoy en día porque «hay una especie de interés desmedido porque la imagen esté por encima del contenido, que es algo que es muy habitual, y más ahora con las redes sociales». Según Eduardo Vasco, Goldoni maneja a los personajes «con una empatía con el espectador muy fuerte porque parte de la observación de sus vecinos».
Una de las grandes apuestas en la adaptación fue situar la trama en los años veinte y el resultado le ha dado la razón a Vasco. «Cuando se hace en su época hay como una gran distancia entre el espectador y la comedia, por eso pensé en llevarla a los años veinte, una época más cercana en muchos sentidos, que además tiene un despliegue de glamour, moda, apariencia y de sensación de impunidad».
La ambientación en los años veinte también propicia que brille la puesta en escena y que el público, además de divertirse, disfrute de la envoltura estética, porque el vestuario de Lorenzo Caprile o la escenografía de Carolina González «son exquisitos».
Ropa de época, baúles, gramófonos y ese cuidado vestuario ambientan un escenario sobre el que nueve intérpretes representan a las familias en un montaje en el que tampoco falta la música, tan propia de la época estival.