Andrés Moya es considerado todavía, entre las generaciones mayores, un paradigma de cómo deber ser y actuar un buen alcalde, aunque siempre hay alguien aficionado a buscar en su gestión algún punto negro, a lo que se añade la costumbre moderna de los pertinaces airados empeñados en desmontar todo lo que de bueno pueda adivinarse en el pasado que, según ellos, fue absolutamente negativo, sin nada aprovechable. Como esto es flor de cada día, no hace falta insistir especialmente en la cuestión que, por repetida, ya aburre.
Nació en vísperas de que comenzara la guerra civil, que conoció siendo niño. Médico de profesión, titulado por la Universidad de Valencia, especialista en ginecología y obstetricia, alternó desde muy joven su actividad profesional, que ejerció siempre en Cuenca, con la política, en la que entró a través del Ayuntamiento de Cuenca, como concejal en el año 1967, siendo nombrado alcalde de la ciudad el 20 de junio del mismo año. A continuación fue elegido procurador en Cortes, en representación de la Administración Local de la provincia, en las legislaturas IX y X, ocupando el cargo hasta 1974.
Al instaurarse la democracia en 1975 ingresó en el partido Unión de Centro Democrático, por el que fue elegido senador en las elecciones de 1977, siendo uno de los parlamentarios que aprobó y firmó la Constitución de 1978, detalle del que se sentía especialmente orgulloso, como de manera repetida lo comentaba cada vez que había ocasión, sobre todo si aparecía algún comentario malévolo sobre su pasado franquista, aunque la verdad pura y dura es que jamás se mostró especialmente activo en el ámbito estrictamente político de la Dictadura ni se le encuentra pronunciando encendidos mítines o pontificando sobre las virtudes del sistema. Fue, por tanto, una de las personas que encabezó en Cuenca la pacífica transición desde aquél obsoleto y decadente mecanismo al nuevo periodo democrático, con tanta ilusión aceptado en aquel momento.
El ámbito parlamentario no era lo suyo; su afición natural estaba aquí, en el recipiente municipal de la Plaza Mayor, en las calles por donde pululan las maravillas y los problemas de una ciudad que nos empeñamos en calificar como única y que a lo mejor debería dejar de serlo para parecerse a otras, de manera que abandonó la Cámara Alta animado por la querencia localista para participar en las primeras elecciones democráticas al Ayuntamiento de Cuenca, siendo el primer alcalde de Cuenca elegido en las urnas, el 3 de abril de 1979 como cabeza de lista con UCD. Abandonó el cargo en 1983 para dejar paso a una candidatura de la recién nacida Alianza Popular, pero volvió a la pugna electoral en el periodo siguiente, recuperando nuevamente la alcaldía para el periodo (1987-1991) figurando como independiente en las filas del PP.
La perdió cuando optaba por cuarta vez al cargo. Él mismo ha reconocido que en esa adscripción estuvo la raíz de su derrota, insinuando que había sido boicoteado precisamente desde dentro del partido: «Era algo que tenía asumido y que, por otra parte, comprendí porque nunca me afilié al PP y hubo gente que no lo aceptó y se abstuvo. Acepté la derrota y pasé a la oposición ante el asombro de muchos que creían que daría la espantada». Y, en efecto, durante los cuatro años siguientes permaneció inalterable como líder de la oposición municipal, mientras era alcalde José Manuel Martínez Cenzano, dejando boquiabiertos a todos los que estaban convencidos de que sería incapaz de aceptar por las buenas el papel de líder de la oposición. Pero lo hizo, con firmeza y sin lamentos.
Andrés Moya ha pasado a la historia local como el alcalde que resolvió el ancestral problema siempre pendiente de traer a la ciudad el abastecimiento de agua, tomándola del manantial de Royofrío, uno de los que surten el caudal del río Júcar. La afirmación no es totalmente cierta, pero sí lo es que él puso el punto final a un proceso que se inició en 1956, cuando ocupaba la alcaldía otro Moya, Jesús, con el que no tenía ningún lazo familiar. No voy a contar aquí el intrincado proceso, muy propio de cómo se enredan las cosas en esta ciudad, pero el caso es que estaba todo paralizado y así lo encontró Andrés Moya cuando accedió por primera vez a la alcaldía en 1967 y ahora sí, ya sin nuevos obstáculos o inconvenientes, las obras llegaron a su finalización y el 20 de agosto de 1974 el agua de Royo Frío llegaba por primera vez a los depósitos del Cerro de Molina y desde ellos era distribuida a la ciudad. Y así, hasta hoy.
La gestión urbanística de aquel periodo se presta a valoraciones muy diversas, según se anoten luces o sombras. Bajo su mandato se plantearon las iniciales decisiones para implantar en la ciudad una estructura moderna (la expansión hacia la carretera de Valencia) pero también se formaron bolsas llenas de problemas (el Pozo de las Nieves es el más claro ejemplo) pero sobre todo se podría decir que no acertó a valorar lo que se venía encima con el aluvión de tráfico que habría de traer la época de bonanza económica, cuando el coche dejó de ser un artículo de lujo para ser un producto asequible para todos.
Personalmente, lo que más valoro en la gestión municipal de Andrés Moya es su aceptación de la actividad cultural como factor fundamental de desarrollo personal y económico.
Bajo su mandato, el concejal Pedro Cerrillo dio forma a la Feria del Libro, y con otro concejal posterior, Daniel Gil, puso los pilares de lo que habría de ser una actividad cultural cotidiana. Firmó los acuerdos para implantar en Cuenca el Teatro-Auditorio y mostró una extraordinaria y saludable capacidad para colaborar con los dirigentes del PSOE en el gobierno.
Murió un día de 2017, al lado de la Plaza Mayor, cuando volvía de asistir a la inauguración del rincón dedicado a Ismael Barambio en la zona de San Miguel. Seguro que, si le hubieran dado a elegir, hubiera estado encantado con el hecho de morir apoyado en el pavimento de una de las calles de la ciudad antigua de Cuenca. Pues las calles de Cuenca fueron el ámbito natural en que se desenvolvió siempre y en ellas era donde se sentía realmente a gusto. Fue un alcalde a pie de calle hasta el último momento.