Después de cinco días de reflexión, previos al puente del 1 de Mayo, Pedro Sánchez ha comunicado a los españoles que ha decidido quedarse. Seguir, «con más fuerza si cabe». En lugar de desmentir las cartas y recomendaciones de su esposa, Begoña Gómez, ha puesto el énfasis en la importancia de la familia, en la necesidad de salvar la democracia y en acabar con el odio y la división que él mismo ha fomentado.
Sin inmutarse, sin autocrítica – agradeciendo a su partido los apoyos y las movilizaciones del pasado fin de semana –, hablando de campañas contra su familia y de movimientos reaccionarios. Pedro Sánchez se resiste a aceptar, al menos como probable, que sea él, precisamente, el mayor peligro para nuestra democracia.
El victimismo de Sánchez es tan ridículo como injustificado. En estos días de reflexión, mientras caminaba quien suscribe por los pinares de Sigüenza (Guadalajara), me preguntaba sí el presidente del Gobierno seguiría meditando sobre lo difícil que tiene que ser gobernar con el apoyo de los enemigos de España. Si se sentirá orgulloso de tener como socios a los herederos de ETA y a los independentistas catalanes. Si dormirá tranquilo controlando las instituciones del Estado, colocando a sus amigos al frente de las mismas, para «enriquecer» la democracia.
Si ayudará a la convivencia despreciar al líder de la oposición que te derrotó en las urnas o recibir al Rey de España con las manos en los bolsillos, mientras firmas pactos con Bildu en Euskadi y Navarra. La osadía y el cinismo del personaje son inabarcables. La misma persona que presume de levantar muros contra la derecha reclama ahora empatía y sentido común para sacar a España adelante.
Son tantas las contradicciones y el descrédito acumulado en estos últimos años que – por mucho que celebren su continuidad quienes viven gracias a su adhesión inquebrantable – nadie ya se cree que Sánchez sea capaz de protagonizar el punto y aparte que anunció ayer, sin inmutarse. Acostumbrado a mentir, es normal que ponga un punto y aparte donde sólo quiere poner un punto y seguido, para no saltar de línea.
No dará explicaciones sobre las actividades de Begoña Gómez, ni aportará pruebas de su inocencia, pero sí se las pedirá a Isabel Díaz Ayuso, a su novio y a todos los aquellos que con sus informaciones provoquen «el descrédito de nuestra democracia». O, mejor dicho, de la suya.
Lo que sí hará Sánchez, sin temblarle el pulso, es acosar a los jueces. Como dice su fiel perro de presa, Óscar Puente, es «el puto amo». Y aplaudirá en privado las campañas contra los jueces que admitan a trámite querellas e investiguen la corrupción propia, en lugar investigar a la derecha reaccionaria.
Tampoco lo duden. Calificará de bulos y mentiras las informaciones que pongan en duda el comportamiento de su entorno más inmediato y cerrará, si llega el caso, aquellos medios de comunicación afines a la derecha y a los poderes fácticos.
Después de cinco días de reflexión, y a la vista de la «gran movilización social» de los suyos, que temen quedarse a la intemperie, Sánchez ha decidido aguantar, «con más fuerza, si cabe».
Como era previsible, puro teatro. Y tendremos Sánchez para rato.