En esencia, la vocación de un periodista no es muy diferente en su génesis a la de un psicólogo, a la de un cómico, a la de un pregonero. Hay algo de placer instintivo en la sensación de dar a conocer algo a alguien. De descubrir, de ayudar a otro a abrir los ojos, de encender la luz, por pura sensación de ser útil o por simple chismorreo. O de avisar de una catástrofe, miren a Filípides y sus 42 kilómetros. Si lo piensan, hay paralelismos entre esta disciplina artesana –que no artística– que me dejan ejercer en este rincón con las otras tres. Juntar letras para informar es abrir puertas, hacerse preguntas para encontrar respuestas. Lo mismo que hace un psicólogo cuando sienta a su paciente en un diván y se dispone a apretarle las tuercas necesarias para poner en orden sus piezas. Parecido a cuando un cómico llama la atención del espectador desde el escenario y es capaz de retorcer la realidad para mostrar, entre risa y risa, la cara B de lo que pasa o de lo que cree que pasa. Como un pregonero cuando pregona, sea lo que sea lo que tenga que pregonar.
Ángel Javier, o Cansado, o Javier Cansado, o la otra mitad de Faemino, completó anoche este sota, caballo y rey. Y el rey fue el pregón que le encargaron para prender las Fiestas de San Julián, una exposición brillante, porque brilló, porque le sacó brillo desde la sencillez. Desde su Licenciatura en Psicología hasta lo que fue el primer pregón de su historia, el de ayer, se encaja una vida dedicada a una comedia inclasificable, improvisada, situacional y nunca a contrapelo, echando los dientes como el Tato de Tato y Kiko, y de ahí hasta ser el eterno Cansado. Desde esa casilla de salida y hasta el punto y seguido de anoche, la línea recta en la que ha defendido su comedia conserva el mérito de la honestidad, dando igual si la ejecutaba en 'prime time' o desde El Retiro con la gorra al revés posada en el suelo; sin importar si veinteañero en el césped del parque o sexagenario en el plató.
El espejo de su pregón me devolvió un reflejo que imita la razón por la que cada día amo más a Cuenca. En su relato describió cómo tras la más placentera de las infancias, se despegó sin querer o queriéndolo durante dos décadas de su Arcadia feliz. Un paréntesis tras el que regresó para esculpirse en la caliza que nos rodea. Una música que me suena, porque la letra de mi historia es parecida. Lo de que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde encaja aquí para justificar por qué cuando te vas de Cuenca y vuelves, los brazos te crecen, como si de la hoz del Júcar y el Huécar se trataran, para abrazar más fuerte a tu raíz. Lo que pregonó Javier. Con un relato paralelo a las etapas de la pintura de Picasso, Javier Cansado admitió haber llegado por fin a la época cubista de su historia de amor con Cuenca. Empezó a dictar alabando el gentilicio. Insuperable.
Que mi admiración por la persona y el personaje no hagan sombra en estas líneas a las gratitudes. Que los de aquí queremos a Cuenca porque sí y que el amor subjetivo no vale más que quien lo pregona. Pero quien lo pregona bien, si lo pregona bonito, y más si es objetivo, tiene mi firma debajo. Mamá, dile a papá que no lo mate.