Lope de Vega, escritor de greguerías antes que Gómez de la Serna, decía que el surtidor de una fuente saltarina es lanza de cristal.
Son tiempos de surtidores, como diría el poeta Abadio de ventiladores al tres.
España ha sido un surtidor de solidaridad que ojalá sirva a los damnificados para romper una lanza, sino de esperanza, sí al menos de consuelo.
Los asalariados del poder han seguido a lo suyo, arrojándose traicioneras lanzadas de cañas y barro, recaudando tasas mezquinas a los surtidores de la desesperación.
En Estados Unidos se han celebrado elecciones que surten de lanzas de inquietud a un mundo en el que cada vez hay más bandos, más bandas y menos humildad y altura de miras para negociar con los que no piensan como tú.
Una semana de pastel surtido de la nata de los reskoldos de los audios y llamadas de los hidalgos del pelotazo del siglo XXI, con guinda de maestro confitero, jefe policial de delitos económicos y fiscal, con casa de chocolate recubierta de millones de euros, al más puro estilo de Pablo Escobar.
Decía Gómez de la Serna que la Greguería es como esas flores de agua que vienen del Japón, que siendo, como son unos ardites (el ardite era en Castilla una moneda de poco valor) echadas en el agua se esponjan, se engrandecen y se convierten en flores.
No precisaba el maestro qué tipo de flores, pero sin duda que no habría que descartar las flores del mal. Aunque don Ramón, desde su limpia mirada de niño grande y genial, siempre las concibió como resarcimiento, consuelo, refrigerio inesperado que sacia como un vaso de agua la sed falsa de los negocios o de las especulaciones incurables.
La Greguería, recomienda, aunque en eso esté precisamente su corrupción, nutrirla de cosas muy locales, muy pasajeras, muy efímeras, porque la corrupción es humana, y el arte humano debe gozar y perfeccionarse, y descansar en ese corrompimiento.
Por eso, en esta sociedad corrompida no está de más tomar cierta distancia y no poner cara mohína ante la leche hirviendo, que nos ha empañado las gafas, con un triste churro grasiento que nos vienen sirviendo.
Tratemos de retreparnos sobre esta miseria humana e intelectual que no cesa y desde cualquier punto, Toledo es ideal desde su divina atalaya de «caballete de gran altura para colocar el cuadro de su propio paisaje», tratar de mirar con otros ojos este dislate.
Solo así puede que, en vez de un churro, toda una oda al colesterol de nuestra inteligencia, veamos una corona de laurel para el hambriento, o en vez de vapor que nos hace llorar hasta las gafas, el fantasma de un agua sucia que también se diluirá.
Muchas veces desde la metáfora y el humorismo surge esa flor que para Ramón es todo lo que queda, lo que vive, lo que surge entre el descreimiento, la acidez y Ja corrosión, lo que resiste más.
Porque como decía Cela, muchas veces por desgracia, el que resiste gana.