Javier Caruda de Juanas

Javier Caruda de Juanas


Alma de tahúr

27/03/2025

Desde un tiempo a esta parte, parece que los juegos de mesa (superando su ancestral asignación al público infantil) se han anclado en la mayor parte de la ciudadanía para ocupar buena parte de su tiempo de ocio con dos claras vertientes. De un lado, los jugones. Esos que anhelan encontrar cinco minutos libres para sacar a la mesa cualquier juego y echar una partidita, aunque sea rápida. De otro, los coleccionistas de juegos (que también los hay) que presumen de ludoteca porque la vida que llevan les cercena la posibilidad de ser como los primeros. Hay varios puntos de coincidencia entre ambos, alcanzando el máximo cuando el juego se expande en la mesa y, reglas en la mano o en la memoria, da comienzo la partida. Siempre hay un resquicio para la suerte (esto no deja de ser un juego) pero al calor del manual se desarrollan las más insospechadas estrategias con el fin de lograr el mayor número de puntos de victoria. Reconozco que me hallo inmerso también en este maravilloso mundo. De hecho, los que más me gustan, los que nunca me arrancan un no, son aquellos cuyo componente principal es el uso de los dados. Quizá porque encarnan el juego por el juego, relegando la táctica a un segundo plano.

Sea como sea, o por lo que sea, hay veces que contemplo la realidad ciudadana como si fuera un verdadero juego de mesa, con reglas más o menos desconocidas, con mayor o menor influencia del plan que cualquiera de los jugadores tiene, pero cuyas jugadas siempre afectan a todas las personas reunidas alrededor de la mesa capitalina. Una de esas fue el trueque sufrido en los terrenos del popular rastro. En un lance, y casi de la noche a la mañana, uno de los jugadores tiró de estrategia para retirar de su parcela (a modo de casilla de salida) los vehículos y llevarlos a otra que, anteriormente, no era hábil para el juego. Aparentemente es una jugada irrelevante al ser aceptada por todos los actores. Eso sí, debería tomar nota el director de la partida para mantener el nuevo aparcamiento en condiciones. La cantidad de agua caída en las últimas semanas convierte el improvisado parking en una pista embarrada cuyo acceso lleva implícito un buen trabajo por parte de la amortiguación de tu coche. 

En otro lado del tablero, uno de los jugadores hace acopio de ayuda externa para poner a salvo uno de los elementos que le han sido entregados para su custodia al comienzo de la partida. En dos meses llegaremos a la mitad de la legislatura y la situación del Mercado de la Plaza de España sigue sin tener solución. Al menos, parece que se mueve ficha, por el bien de todos.

En esta partida municipal, con tantos frentes abiertos, necesitamos sacar nuestra alma de tahúr y tirar los dados esperando que el resultado obtenido nos permita desarrollar una estrategia que nos lleve a cosechar la victoria. Nos va la ciudad en ello.