Este domingo de julio en que, recién inaugurados los Juegos Olímpicos, París y toda Francia brillan más que el sol, no podemos menos de evocar al emblemático río Sena –el más célebre y hermoso de Europa, junto al Danubio, el Rin y el Támesis–, admirado sin duda por los cientos de miles de personas acudidas de todo el mundo con el pretexto de contemplar las sublimes galas de la Ciudad de la Luz.
A tal fin, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, nueve días antes de la inauguración de los Juegos, en una típica jugada propia de uno de esos genios que acostumbran a no dar puntada sin hilo, acompañada por Tony Estanguet, patrono de París 2024, y Marc Guillaume, prefecto de Île-de-France, dolidos aún, sin duda, por el fracaso del equipo de Francia, se daba un ligero chapuzón en el Sena, entre la isla de San Luis y la orilla derecha, en lo que se conoce como Bras Marie. Naturalmente, la ligera inmersión fue más bien vista y no vista, y destinada a ser inmortalizada por los fotógrafos acudidos hasta ese lugar.
El proyecto, apasionante en sí, consiste en hacer viable –aprovechando la utilización que se va a hacer de determinados tramos del río en ciertas competiciones– a partir de 2025, el baño público estival en tres zonas de París intramuros (el ya citado, y otros dos: el Bras de Grenelle y Bercy). Lo que supondría el punto de partida de un más ambicioso futuro plan ya no sólo en otros 32 puntos del Sena, sino también en su tristemente conocido afluente Marne (por la aterradora batalla de la Primera Guerra Mundial).
Hay que hacerlo todo a lo grande, como decía Mitterrand, y a fe que, volver a ver el Sena, en los próximos años, repletos de bañistas como en los cuadros puntillistas de Seurat, es una idea importante que no tardará sin duda en ser imitada por otras grandes ciudades, luchando así contra la terrible contaminación que hizo de los grandes ríos – motivo de inspiración de artistas– albañales y cloacas, amén de cementerios.
¿Cómo olvidarnos, si no, del magistral comienzo de esa gran novela que es La piel de zapa de Balzac en que, una tarde de finales de octubre de 1830, un joven con el rostro devastado por la enfermedad y la desesperación entra en un tugurio dispuesto a jugarse la última moneda de oro de que dispone, y, después de perderla, sale del garito y, camina a grandes zancadas, como un autómata, en dirección al Pont Royal, firmemente decidido a arrojarse al Sena; pero, para evitar ser visto y repescado, decide esperar que se haga de noche para perpetrar su locura. Lo que ocurre, prefiero no desvelarlo por si alguien siente en sus carnes el aguijón de la curiosidad lectora.
El Sena fue durante siglos el vertedero de las miserias de París, y –al igual que en las grietas cubiertas de nieve de los glaciares del Macizo del Mont Blanc, donde se precipitaban los montañeros que daban un mal paso, aparecían unos con el deshielo, en tanto que otros, con menos 'suerte', quedaban sumidos para siempre en aquellas profundas simas– sirvió de sepultura a toda clase de víctimas: suicidas de todas las edades y condición social, desesperados de todo, cuerpos asesinados cuando no mutilados, abortos,… Y, junto a ellos, animales de toda especie y condición, detritus, desechos, aguas fecales; y, cómo no, trastos, armatostes, y, en especial, armas, revólveres, pistolas, arrojados al fondo de la corriente con todos los fines posibles.
Esas bellas ondas inspiradoras de inmortales melodías, de deleitantes pinturas, de relatos apasionantes y de leyendas de toda índole, repletas de inmundicias durante siglos, tienden a recobrar su pureza original para deleite de ecologistas y amantes de la naturaleza sin tacha. ¡Que cunda el ejemplo! Y, mientras tanto, disfrutemos de la Olimpiada, del estío y aguardemos la 'rentrée', en septiembre.