Da vértigo comprobar cómo cambia la sociedad. Lo que esta mañana era novedad, al mediodía se ha quedado obsoleto. Eso nuevo que presentábamos a primera hora de la tarde, la noche lo jubila por viejo. Hemos hecho compañera de viaje necesaria e imprescindible a esa velocidad de crucero que nos ha secuestrado llevándonos de un punto a otro sin solución de continuidad y, sobre todo, sin permitir que nos demos cuenta de los cambios al menos hasta que los cardenales producidos por los golpes recibidos en el camino afloren a la superficie. Un claro ejemplo lo tenemos en esto de la inteligencia artificial (la IA que dicen los modernos).
Hoy nos presentan un programa del que avisan que ya está en marcha una nueva versión en la misma presentación. Creemos que nuestra vida es mejor porque tenemos a un solo clic toda la información del mundo. Vemos con una mala disimulada envidia las fotos que comparten unos y otros demostrando qué buena es su vida, arrojando al común de los mortales al páramo de la insatisfacción, a pesar de que escondan detrás de su puerta doméstica una realidad bien distinta. Nos creemos más modernos (o más cool) porque nos subimos a la ola del bilingüismo añadiendo a nuestro día a día vocablos ingleses y, lo que es peor, asumimos como propias sus costumbres.
Ahora vamos al gym, hacemos un break, tomamos un brunch, contratamos un catering, nos vestimos casual, tememos que un e-mail sea spam y creemos que lo light es lo más sano. Poco podemos hacer ante lo que parece una victoria del inglés sobre nuestro idioma, entre otras cosas por esa costumbre del bilingüismo anidada en nuestros centros escolares que hace que los chavales sepan los nombres de los huesos en inglés siendo incapaces de llamarlos en español. Esto, que en principio no tendría porque ser malo, lleva parejo un conocimiento de las costumbres inglesas que supera el de las propias. En los últimos días, como cada año, nos vemos invadidos por esta costumbre ajena de vestirnos de una manera estrafalaria intentando pasarlo bien causando miedo. Sorprendente. Y, claro, en las próximas horas quizá llamen a su puerta para pedir caramelos al grito del odioso Truco o Trato.
Vaya por delante que no estoy en contra de conocer diferentes costumbres o culturas, pero nunca sacrificando las propias. Los colegios se adornan de jalogüin, se celebran fiestas jalogüinescas y, salvo honrosas excepciones, se mandan al baúl de lo que suena a rancio la posibilidad de disfrutar de un Don Juan Tenorio salido de la pluma de Zorrilla, de conocer que mañana, viernes, no es Halloween sino que celebramos la fiesta de Todos los Santos y que, por tanto, es una fiesta alegre, feliz, no basada en lo que hagan sociedades que, diciéndose más avanzadas, potencian el culto al miedo y al dolor como centro de esta fiesta. Al menos los escaparates de nuestras pastelerías nos siguen ofreciendo todo un manjar de huesos de santo y buñuelos de viento. Perdón, quizá debería decir bones of saint o wind fritters. Voy a tomarme varios a vuestra salud.