Acompáñeme, lector, en un ejercicio filosófico sobre el placer y sobre las cosas que dan placer, probablemente desacertado o poco riguroso ya que se apuntala en un punto de vista muy personal de quien escribe. En muchas ocasiones, la expectativa de lo que puede ocurrir genera más endorfinas que el hecho en sí, y esperar a que algo pase da más cosquilleo cuando se imagina, cuando se atisba, que cuando pasa. Dicha la hipótesis, veamos la demostración. Una primavera espléndida tras un invierno frío, antojada casi desde enero y por fin palpable cuando dobla el mes de marzo, se empieza a disfrutar con la última lluvia de febrero, ahí donde explotan los almendros invitándonos a imaginar lo bien que se estará en unas semanas cuando hayamos cambiado la hora al reloj, alarguemos los días y guardemos ropa para el otoño que vendrá.
Ese arroz dominical, minuciosamente esculpido grano a grano, perfecto bodegón apuntalado a puro socarrat, custodiado por toda clase de ser vivo marino con cáscara y salpicado de alioli, un buen vino blanco centinela y un puñado de amigos con hambre. El disfrute de cada cucharada no iguala la satisfacción de madrugar, rematarlo y sostener sonriente el trofeo ante el grupo de comensales que darán buena cuenta de él. Un primer beso, ansiado y torpe a partes iguales, no sabe igual que todas las veces que uno se lo ha imaginado; como la final que no ganas, pero que has soñado ganar tres días antes de jugarla.
Hoy, Viernes de Dolores, disfrutamos en la ciudad de ese regusto a todo por hacer en nuestra semana grande, la que ya asoma, la que nos debe una tregua en forma de sol. De olor a cera e incienso, túnicas bordadas, andas en capilla y garbanzos en la olla mirando al cielo. De tambores preparados, de trompetas abrillantadas, de coro afinado, de yunque sin polvo, de la Virgen de las Angustias a punto de romper a llorar. Cualquier día grande merece un preludio a la altura o no lo será, y Cuenca empieza a asumir que su Semana Santa empieza cuando suena el primer 'Miserere', el que con mano artesana y cariño superlativo organiza el periódico de nuestro pueblo, el que me deja este espacio, el que usted sujeta ahora mismo. La del pasado martes en el Paleontológico fue la cita perfecta para un corte de cinta que brilló, –fútbol y balonmano mediante–, como ha de brillar una buena ceremonia inaugural. Cuando una procesión brilla, todos miran al paso, nadie repara en los banceros, nadie se acuerda del guión. Pero si esta primera marcha es cada año más brillante, miren debajo del paso para ver cómo lo bailan los tribuneros, y miren más adelante, allí donde Leo Cortijo marca el camino. Enhorabuena a todo el equipo y gracias por darme una razón más por la que estar orgulloso de colocar mi humilde firma en las páginas de este diario.