El pasado solo existe, no siempre bien estudiado ni descrito, en los libros de historia, en la literatura, en la pintura, la música, la escultura, la arquitectura. De ese pasado en Toledo quedan restos numerosos entre los que sobresalen, por el número y dimensión, los conventos. En el siglo XXI la expresión de religiosidad que representan los conventos, máxime los de clausura, se encuentra en proceso de extinción. Los conventos e iglesias de Toledo determinan el entramado histórico, cultural y urbanístico de la ciudad. Condicionan el caserío, los palacios antiguos, los vestigios arqueológicos, las calles estrechas, los cobertizos utilitarios, el urbanismo medieval. Todos deben ser preservados, aunque no existan presupuestos suficientes en el presente y en los próximos años para conseguirlo de manera eficiente. Mantener habitable el pasado es la alcabala costosa de la historia.
Un grupo de ciudadanos se propone recuperar los conventos. Una de las iniciativas es convertir los jardines de algunos de ellos en aparcamiento de automóviles. ¡Un horror! En lugar de alejar el automóvil del centro histórico, lo saturan O importar monjas de India, África o Latinoamérica. ¿Cuántas? ¿Una pocas para prolongar la agonía? ¿Cientos para reproducir los tiempos en que esas arquitecturas eran viables? Los pasados imaginarios son el resultado tramposo de nuestros cerebros que nos engañan. No es posible clonar las condiciones históricas en las que prosperaron los conventos y las clausuras. Propuestas de buena voluntad, avaladas por los hombres más sabios de los reinos de España, consistieron en transportar negros de África para aliviar el trabajo de los nativos de los territorios descubiertos por los españoles. Aquel error, sustentado en una Teología infalible, causaría uno de los movimientos humanos más brutales de la historia universal: el tráfico industrial de esclavos. Podemos elegir vivir en un pasado inexistente, pero serán añoranzas anacrónicas de momentos desaparecidos. Sí recuperar el pasado es una quimera habrá que buscar formulas viables para dar nuevas funciones a esos edificios que respondan a demandas del presente y del futuro. Con la sensibilidad actual, ambas iniciativas chirrían, y mucho, aunque se piensen para intentar salvar unas arquitecturas insostenibles en un centro histórico de difícil adaptación a modos de vida actuales.