Están ustedes tan acostumbrados como yo a dar, con mayor o menor torpeza, indicaciones a visitantes despistados que al llegar a la ciudad preguntan, en el mejor de los casos, por las Casas Colgadas. Si las enfrentan desde el Parador y es usted buen indicador, los turistas tendrán la suerte de abordar nuestro icono desde el otro lado del Huécar y cruzando el Puente de San Pablo. Seguro que son ustedes capaces de explicar cómo se serpentean Canónigos y Obispo Valero para llegar a la Catedral. A dar detalles de cómo pateando Severo Catalina se puede hallar el atajo para contemplar Cuenca desde San Miguel. A trazar la línea que sobrepasa los arcos para llegar a Mangana. Al turista de fin de semana, el más habitual entre las hoces, le suele bastar con este sota, caballo y rey para abrir boca en su primera toma de contacto con esta ciudad que nos acoge. Si le añades zarajo, morteruelo, cuatro 'selfies' de cien 'likes' en Julián Romero, un imán de nevera y un paquete de alajú, la visita habrá merecido la pena para el viajero medio.
Hay, sin embargo, una cara B a la que nadie le ha quitado el precinto en lo que a lucirse se refiere y que en 2026 vendrá a enriquecer la oferta turística de nuestro pueblo con un motivo más para levantar la mirada más allá del Casco Antiguo. Y lo será porque Francisco Javier López, el gerente de la Fundación Hospital de Santiago, está soñando la idea de poner a disposición 800 años de historia al servicio de la ciudad y de quien la visite. Y lo sueña tan fuerte que tendrá que ser y será, sí o sí y casi por decreto, ayuda institucional mediante. Su propuesta pasa por crear un nuevo eje turístico que sirva para coser el Júcar desde el alfar de Pedro Mercedes hasta el Hospital pasando por la iglesia de la Virgen de la Luz, contemplando San Antón y explorando los refugios de Calderón de la Barca. Un sueño que, además, va a encontrar como aliado al otro lado de la A-40 al Monasterio de Uclés y a su patrono, Fernando Núñez, en una sinergia que ensanchará el escudo de la Orden de Santiago.
Un hospital que no solo presume de la fachada de Francisco de Mora y Luis Cervera, imagen que desafía a cualquiera que doble el codo del Puente de la Trinidad y la observe desde dentro de la muralla. Un pedazo de historia que alberga, además, una antigua botica que ha guardado silencio y medicinas durante 400 años y que quiere ahora abrirse al mundo. Un enclave de extramuros que, quizá usted no lo sepa, presume de ser la chincheta en el mapa desde la que Juan de Llanes y Massa plasmó el contorno de una ciudad para, dos siglos después de salir de su carboncillo, justificar la vitola de Patrimonio de la Humanidad que todavía lucimos con orgullo.
Si lo último que pasó en la Cuenca musulmana fue que Martín Alhaja despellejó varios corderos para guiar a las tropas de Alfonso VIII engañando a un pastor musulmán ciego, lo primero que ocurrió con la ciudad ya cristiana fue el Hospital de Santiago. La próxima postal de Cuenca será, sin duda, la que más historia destile.