Miguel Romero

Miguel Romero


La playa artificial es el lugar del verano

21/08/2024

Recuerdo el texto de la Guía Repsol, firmado por Fernando Saiz, bajo el título de ¡Sí, Cuenca si tiene playa!, y es que es así. Los que seguimos yendo, tal vez más para comer en su excelente restaurante, y los que aún mantienen ese 'deber' de discurrir por las aguas verdes del Júcar, remanso de paz, con su piragua –como es el caso de Pilar Tébar– o bañarse entre el trama de la central eléctrica, la presa y la piedra del Caballo, se sienten afortunados por ese gran valor mantenido.
Quisiera que este pequeño reportaje que da vida a mi columna semanal fuese un pequeño y personal homenaje a José López 'Pepe' y a su mujer Felicidad González, esa pareja ahora incompleta, que llegase a Cuenca allá por el año 1961 desde Madrid y que al ver ese remanso celestial, se enamorasen para hacer de su entorno, parte de su vida hostelera.
Tal vez, el recuerdo de su trabajo en el Hotel Palace o en el Castellana Hilton, de Felicidad González, le diese el toque necesario para advertir que aquel lugar sería un foco maravilloso de encuentro de ocio, diversión y cocina.
Ahora, María Isabel López González, 'Mari' para los amigos, regenta con acierto y experiencia este lugar y lo mantiene tan acogedor como en sus inicios, siendo si cabe, un referente hostelero de alto standing donde podemos compartir naturaleza y comida.
Las aguas del Júcar, con ese verde 'guardia civil' que diría Zóbel, enseñorean el paisaje bucólico que este lugar representa, donde un río silencioso y hondo, profundo en serenidad y rico en belleza, le define.
Allí, mis amigos y yo, nos bañábamos en aquellos años 70 del siglo pasado, con la tranquilidad de saber que era nuestro lugar preferido, para disfrutar de juventud, de deseo, de alegría y de fanfarronería entre sueños idílicos y realidades perversas.
Ahora, Mari nos recibe con su elegancia y nos ofrece, tanto a la Tertulia El Garbanzo, como a esos grupos de amigos de antaño, un suculento y selectivo menú donde la gastronomía saber mantener la altura de un paisaje de ensueño y un lugar maravilloso.