Vivimos en un mundo acelerado, donde la importancia del sueño a menudo se subestima. Cada vez más personas tienen dificultades para conciliar el sueño o para mantenerlo, y recurren al uso de ansiolíticos, lo cual es contraproducente a largo plazo. Este insomnio generalizado está provocado sobre todo por un estilo de vida marcado por el estrés y el uso de pantallas por la noche.
Las consecuencias de este mal descanso son conocidas: dolor de cabeza, dificultad para concentrarnos y pensar, mal humor, pero esto sólo es la punta del iceberg. Dormir poco se relaciona con más riesgo de enfermedades cardiovasculares, presión arterial alta, diabetes, obesidad, cáncer de mama, demencia… dormir menos de siete horas aumenta la producción de sustancias proinflamatorias; pero dormir más de la cuenta (mas de diez horas) en adultos también es perjudicial.
Los adolescentes que duermen menos de 6,5 horas al día tienen más riesgo de ser obesos y desarrollar resistencia a la insulina, una circunstancia habitual hoy en día, debido a la afición a pasar horas viendo vídeos de Tiktok o navegando por Instagram. La ciencia es clara: dormir bien es fundamental para nuestra salud y bienestar general.
Investigaciones recientes revelan que el sueño desempeña un papel crucial en la consolidación de la memoria, el fortalecimiento del sistema inmunológico y la regulación del estado de ánimo. Un estudio publicado en la revista Nature Communications destacó que durante el sueño profundo, las células cerebrales eliminan toxinas acumuladas durante el día, promoviendo así una función cerebral óptima.
Consejos: habitación oscura, fresca y sin ruidos. Importante establecer rutinas de sueño, ir a la cama y despertarse a la misma hora ayuda a regular nuestro reloj biológico. Una hora antes de irte a la cama fuera pantallas, la luz azul de dispositivos electrónicos interfiere en la producción de melatonina. No hagas cenas copiosas. Medita o reza, lee un libro o practica técnicas de respiración antes de dormir. Practica la gratitud.