Qué intensos los minutos previos a una gran final, como estos que usted ocupa ahora leyendo la 3 de este periódico; qué bonito dibujar los goles que tu equipo quizá no vaya a meter; qué fantasía levantar la copa en un sueño que corre el riesgo de no cumplirse; qué cosquilleo in crescendo que se convierte en escalofrío con el primer pitido del árbitro. En un país polarizado, estamos a dos días de gritar todos por la misma alegría o llorar por la misma pena, y eso se agradece. Y la lágrima o la carcajada la marcará lo que venga a ocurrir el domingo en la ciudad de la cicatriz y del muro, ese que hasta hace 35 años separaba ideas, conceptos y familias a partes iguales. Curioso.
No pude ver el gol que Marcelino le metió a Yashin por aquello de que fue hace 60 años, pero recuerdo exactamente el escenario, la sensación y la compañía de las tres últimas veces que la selección me ha dado una alegría. París, 2008, con mi madre rodeada de alemanes gritando el gol de Fernando Torres; en la redacción nacional de ABC relatando el que marcó Iniesta de mi vida; y entre amigos metiéndole una cuatro estaciones a Italia en 2012. De todo se reflexiona. Y cuatro grandes copas y cien años después, Cuenca, junto con Guadalajara, es una de las provincias que nunca ha aportado un dorsal a la selección absoluta. Cosas de la España vaciada. Diría que ya toca, pero no hay cuotas en esto. Para que toque, si tuviera que tocar, queda mucho trabajo.
Y eso que ahí ha estado, y está, Kike García. Desde Motilla del Palancar al mundo para convertirse en el castellanomanchego que más goles ha marcado en Primera División con las camisetas de Éibar, Osasuna y Alavés. Con selecciones inferiores, fue campeón de los Juegos Mediterráneos de 2009 y jugó el Mundial sub 20 de Egipto ese mismo año. Lo más cerca que hemos estado de pintar el copón de rojigualda en la selección absoluta. No es el único. Álvaro García, herrumblareño, también ha tocado camiseta roja en selecciones inferiores y ha pisado con el Ibiza campos de Segunda División. Y si usted es de los más viejos del lugar, quizá se acuerde de Antonio, que desde Iniesta llegó a Primera a final del siglo pasado en las filas del Extremadura; o de Jesús Muñoz, que desde Mota del Cuervo pasó por Atlético, Dépor o Zaragoza.
Hacen falta tres cosas para conseguir ver a un conquense vestir la camiseta de la Selección. La primera pasa por el talento y eso no se escoge; pero las otras dos cuestiones son dinero y fe y fe y dinero, por ese orden. Y más allá de poder invocar esa santísima trinidad, toca aprovechar el tirón de la Balompédica en la capital de cara a sembrar primero para recoger después. Tener la puerta de la selección cerrada no ha evitado que este deporte diera alegrías a conquenses y alcarreños. En mayo de 2009, la selección de Ciencias de la Información venció la final del Trofeo Rector a la todopoderosa selección de Derecho. Darío Magro, desde Guadalajara y con el 9 a la espalda; Luis Castro, en la banda izquierda y con el brazalete de capitán; y el que aquí firma, defendiendo la portería.