La ciudad histórica de Cuenca tiene muchos rincones que siguen siendo poco conocidos. Si no tanto por el turista que llega, sí lo es por el vecino de la ciudad que apenas sube a nuestro Casco Histórico, salvo esas excepciones que suponen sus festividades mateas o sus especiales encuentros casuales. Uno de estos rincones o recorridos es la Ronda del Júcar, la misma que parte del arco postizo que cruzas cuando desde la plaza del Trabuco quieres mirar el Júcar en su recorrido playero. Allí, en tiempos casi olvidados, estaba el famoso bar de la Tabanqueta, lugar de encuentro y desencuentro en nuestra juventud.
Cuando te asomas a los miradores iniciales de la Ronda, el río Júcar sigue estando como reclamo de una panorámica excepcional; observamos cómo el Camino de la ermita de San Julián destaca por su perfil limpio y bien adecentado; abajo, la playa artificial también brilla en ese blanco que advierte que Mari sigue apostando por uno de los mejores rincones gastronómicos de la ciudad. Y por último, un detalle a lo lejos, a mitad de ladera de ese monte de Enmedio, que casi todos llamamos los Ojos de la Mora y nadie sabe por qué. Una apuesta de algunos alumnos de Bellas Artes de nuestra Facultad que han querido personalizar para enriquecer el abanico de leyendas de la ciudad vieja.
Su recorrido es curioso y tranquilo. Cuando llevas unos cincuenta metros, te recibe el Mirador de Camilo José Cela, placa que lo justifica, en esa trasera de lo que fuera el Colegio Jesuita y que reclaman sus piedras de sillería. Luego, el depósito del agua y lo que ahora abre ventanales como aparcamiento privado y público a la vez, regentado por el Hotel Leonor de Aquitania. Desciendes con lentitud y el paredón de unos huertos te va dirigiendo el camino hacia la trasera del convento de las Angélicas –ahora Escuela de Artes y Oficios Cruz Novillo– y la trasera del palacio o Casa Museo Zavala, municipal sede de actividades culturales. Luego, plaza de San Nicolás o bien calle Pilares para reencontrarte con la Plaza Mayor y la fachada de nuestra Catedral. Un paseo que aconsejo y que propongo, para convertir tu habitual estrés en sosiego.