Desde que había aprendido a nadar, los veranos de su juventud repetía los mismos ritos de una liturgia profana. Acercarse al Barco Pasaje, adentrarse en el río, nadar contra corriente hacia la playa que el arroyo de la Degollada había formado y, tras recuperar fuerzas e imaginar las potencias telúricas que guardaría el cerro del Bú, vuelta al lugar de salida a favor de la corriente por donde era posible soñar nadar hasta el Atlántico. Las mañanas de aquellos veranos formaban parte de una historia de personas y siglos en los que el Tajo bordeaba Toledo con agua limpia y fresca. De ese rio habían bebido grandes guerreros, Carlomagno, según la leyenda; Alfonso VI, a la espera de tomar la ciudad; el rebelde Padilla, su vencedor Carlos I; generales cartagineses o legiones romanas. En ese rio habían pescado carpetanos, visigodos, bereberes, mudéjares. El soldado Garcilaso de la Vega describió en poesía un rio poblado de seres mitológicos que incitaban al amor cortés o pastoril. Sin embargo, tanto fluido vital quedó interrumpido hace 52 años de forma abrupta. El joven lo descubriría al siguiente verano en el que se sumergía en el agua a la manera de una inmersión en un Jordan profanado. Sintió una grasa que se le pegaba al cuerpo y respiró un olor desconocido. Así supo que al Tajo lo habían contaminado con una enfermedad incurable: los vertidos industriales y urbanos de Madrid. Años más tarde, tras unas obras faraónicas, las aguas limpias de cabecera empezaron a discurrir hacia el Mediterráneo, contraviniendo el orden natural de la geología, la orografía y la integridad territorial. Aumentaron las espumas, se multiplicaron las estelas parduzcas, se olieron olores de alcantarilla a la altura del puente de San Martin.
La cátedra del Tajo, de la Universidad de Castilla-la Mancha, ha estudiado metódicamente el origen de las espumas, las causas de los olores y las vetas de colores irisados. Son los testigos orgánicos y químicos de una contaminación que nadie frena. Madrid y sus territorios vierten sin controles ni depuraciones en los afluentes del Tajo aguas abajo de Aranjuez. Las espumas y otros elementos han convertido el rio nutritivo y poético del pasado en una cloaca del presente. Entre tanto, no parecen existir indicios esperanzadores del final de esa corriente muerta que circunda en una ciudad que es Patrimonio de la Humanidad. ¡Cuánta desolación!