La efeméride es vistosa, luce en un calendario, resalta en un periódico y brilla hasta en la radio como deslumbra el santoral. Sirve también como calibre de lo viejo que se hace uno. Que va a hacer 25 años de la victoria de Ismael en Gran Hermano. Ha leído usted bien. Un cuarto de siglo. Aún recuerdo cómo en mi estreno como columnista tribunero en estas páginas prometí al lector desprenderme de la primera persona para escribir en segunda, promesa que, una vez más, vuelvo a incumplir, acostumbrado ya al perdón del cliente. Y con este punto de partida alzo la mirada para atisbar el próximo 19 de diciembre, –memorice esta fecha–, para desde ahí echar la vista atrás y contar 7.516 días de uno de mis días de telepizzero más surrealistas de mi etapa laboral, en el que a lomos de una vespa roja repartía delicias de pollo, alitas, pequeñas, medianas, familiares y tarros de helado por las calles de nuestra ciudad.
Fue un 23 de mayo de 2004 cuando entró por teléfono una comanda cualquiera, quizá con alitas de pollo como complemento, que con la rapidez de una moto vieja con pedales debía entregar en la calle Clavel. Cuando haces 200 repartos al mes por la ciudad que te vio nacer te aprendes las calles, los atajos y el tempo de los semáforos, desde cuánto parpadea el muñeco verde hasta cuánto tarda el rojo en cambiar de color, todo sea por la eficiencia y por la felicidad del comensal. O por los 30 céntimos extra que se añadían a la exigua nómina. El camino más corto desde el horno de Hermanos Becerril hasta el estómago del cliente obligaba a franquear Puerta de Valencia, saludar al Auditorio, doblar la curva desde donde el pastor de las Huesas del Vasallo nos vigila y acabar a los pies de Casas Colgadas antes de subir Canónigos hasta el destino.
Lo que un repartidor de pizza de 19 años no calculó en aquel momento fue que los entonces príncipes y ahora reyes de España decidieran pasar su luna de miel en Cuenca y cruzar la hoz del Huécar desde el Parador en el mismo momento en el que al cliente de calle Clavel le entró la gusa. Dos amables guardias reales interrumpieron mi camino por lo que vinieron a definir como un «asunto de Estado». Y es que, por lo que sea, no se puede repartir una pizza en condiciones si en el trayecto te cruzas con una comitiva real que custodia a unos futuros jefes de Estado que se dan besitos en el Puente de San Pablo. Y como ya ha prescrito, diré que me salté el cordón policial a puro petardeo de tubo de escape y que el vecino del Casco comió en tiempo y forma.
Recupere ahora ese 19 de diciembre para darle sentido a la premisa. Y es que ese será el día en el que los Reyes de España, 20 años después de su 'sí, quiero', regresen a la ciudad, ahora para abrir por primera vez la puerta del futuro hospital, que iniciará así su mudanza y se permitirá el lujo de lucir una placa que lo certifique. No es mal trabajo ese de cortar cintas. No todo va a ser firmar títulos de Bachiller o de Grado, o posar para la foto que será moneda de dos euros.