Este pasado sábado, día 2 de noviembre, festividad de los difuntos, se recordó a los niños fallecidos en el trágico acontecimiento de la caída del Giraldo en la catedral de Cuenca, un 13 de abril de 1902. Y no fue una casualidad que así fuera, porque la Asociación Cultural y Vecinal de Palomera había preparado, con bastante antelación y deseo, un encuentro histórico-literario con un servidor para visitar la Catedral, recorrer el 'Callejón de las Campanas' y recrear su espíritu en una comida-coloquio dentro de un restaurante cuyo nombre nos evocó ese momento de la historia de Cuenca.
Dentro del Secreto de la Catedral, unas buenas viandas preparadas por Luisa sirvieron para confraternizar entre las y los 24 lectores, alrededor de las escenas –a veces contradictorias– protagonizadas por el freelander Bartolomé Climent en esa búsqueda ficticia de las responsabilidades sobre tal suceso. Sin duda, yo como autor me sentí orgulloso de tal acontecimiento, por aceptar la responsabilidad de justificar mi historia y sus condicionantes, me sentí como fiel protagonista al hilo de ese traficante de sueños, tal cual la obra de Miljenko Jergovic que bajo el título de Freelander salió a la luz en el año 2012.
Sin duda, el valor de este día no vino marcado por ese recorrido turístico de una maravillosa catedral junto a más de cuarenta visitantes que llegados desde Barcelona, Madrid, Cuenca, Molinos de Papel y Palomera que me acompañaron, sino el ver que varios ciegos del grupo ONCE estuvieran presentes –junto a uno de sus directivos del Consejo General: Miguel Carballeda y al director de la Delegación de Cuenca, Javier Martínez– para revitalizar ese audiolibro que ya forma parte de su colección lectora en descarga activa (más de 400 descargas en una semana de mi Enigma de la Catedral). Todo un lujo, compartir, escuchar, discutir y sentir. Aprendí y mucho de su compañía, de sus necesitadas críticas, de su valoración subjetiva y objetiva, de su distinguida presencia, de su amabilidad, de su generosa consideración y sobre todo, de su amistad. Lucía Guijarro fue la principal culpable.