Humberto del Horno

Lo fácil y lo difícil

Humberto del Horno


Baler o no valer

04/04/2025

Gregorio nació en uno de esos días de marzo que ya anunciaban primavera, era 1875. Y vino a nacer en una familia de humildes jornaleros de Osa de la Vega que le dio la bienvenida al tiempo que pensaba en la siembra del garbanzo y de la almorta, cosas de la Mancha Baja conquense del siglo XIX.

Antonio montó su negocio en 1975, cien años después, casi con lo puesto. Una churrería en el mercado de la capital conquense parecía una buena idea. A base de cafés y porras se ganó la vida hasta que le dejaron, con palo firme y constancia de hostelero pese a una última etapa tras la barra marcada por las ruinas del edificio. 

Gregorio fue a filas en 1896 con destino al Regimiento de la Constitución de Pamplona al mismo tiempo que en ultramar las insurrecciones terminaron por cambiar lo que estaba escrito para él. Acabó el año desembarcando en Manila como uno más del Batallón de Cazadores Expedicionarios número 2 que defendió lo que quedaba del imperio en la isla de Luzón.

Antonio sorteó el golpe de la pandemia y continuó madrugando en aquella época de la que dicen que salimos mejores. Y con el paso del tiempo se acostumbró, como sus clientes, a regatear andamios y esquivar cascotes. Un buen chocolate bien merecía la aventura. Terminaba 2020 y por entonces solo cuatro del mercado retaban al cartel de 'Aviso de Derrumbe'. La de la carne, el de la fruta y la de las flores acompañaron al de los churros en un póker de ases que decidió ser Galia y plantarse ante una Roma a la que se le caía el Coliseo.

Gregorio estrenó 1898 llegando a Baler en un escenario de alto el fuego entre coloniales españoles e insurrectos filipinos que pendía de un hilo tan fino como inestable. Mientras, al otro lado del mundo, el 'Maine' se hundía y encendía la mecha de una guerra que tampoco esta vez iría bien a los españoles.

Antonio seguía encendiendo la freidora cuando el 2023 apuraba sus últimos amaneceres, y el Ayuntamiento perimetraba el mercado que albergaba su negocio asegurando que, en todo caso, no existía peligro estructural. La de las flores y el de la fruta, a esas alturas, ya habían zarpado.

Gregorio transitaba aquel 1898 casi de puntillas hasta encerrarse junto a su batallón en una iglesia sin saber que tardaría 337 días en salir, en los que estuvo 337 noches conciliando el sueño mientras le asediaban los filipinos.

Antonio aguantó y celebró bodas de oro de empresario levantando un negocio a pesar de todo, pero echó la persiana hace una semana certificando la defunción del mercado, sito en la calle Gregorio Catalán Valero. El mismo Gregorio que, contra todo, pudo acabar sus días en su Osa de la Vega natal, donde perdura en forma de estatua como perdura su nombre en la placa del callejero. 

Entre los 'Últimos de Filipinias' y los 'Últimos del Mercado' hay más de un siglo de distancia, pero sin duda, sus respectivos héroes, el de Baler y el del chocolate, comparten la etiqueta de asediado, uno por las armas de los filipinos, otro por la inacción de un Ayuntamiento.