Una vez pasado el atracón, ya resuelta la resaca, olvidados los propósitos y amortizado el roscón, toca empezar el año (uno más, uno menos). Esa sensación de día 1 de no fallar, de aguantar el tirón de la excelencia hasta donde se pueda, de no fumar, de hablar inglés, de 'Operación bikini' y de pagar la primera cuota del gimnasio cueste lo que cueste y ya veremos después. Y ahorrar un poquito, y llamar más a la abuela. También se puede dedicar un tiempo a ver el resultado de esta misma liturgia pero 365 días atrás y calibrar cuántos de los propósitos ahora caducados vieron o no luz verde o si hay que reeditarlos con una vela puesta a San Pancracio para que sea este 2025 el definitivo, el de cumplirlos, otra vez.
Juguemos ahora a imaginar un propósito realizado en 2024 para ver si se ha cumplido o no. Imagínese usted, conquense empadronado, que tras la penúltima docena de uvas se hubiera retado a apartar cada uno de los 366 días de un año que fue bisiesto la friolera de 24 céntimos en el polvoriento cerdito de la ranura en el lomo que aún conserva en algún estante. Elucubre ahora con la posibilidad de darle esos pedazo de 86 euros en total cosechados a base de monedillas de cobre a una mano amiga con el mandato de dejar Cuenca más bonita, con libertad, a puro lienzo en blanco. Y que esa mano decide, por ejemplo, abrir el hueco a ambos lados del Puente de la Trinidad para ensanchar una ribera del Huécar que cada día luce mejor y coserla a la del Júcar para alargar así uno de los mejores paseos que un conquense puede permitirse.
Que le sobrara parné para dedicar otra porción de la tarta a mejorar el acceso peatonal que une el Puente de los Descalzos con Las Angustias para recuperar su pavimento de canto rodado, el de siempre, por el que anduvo su abuelo. Y que aún le diera para dar luz a los senderos rurales que circundan nuestro casco antiguo, el que sube a ver al tranquilo San Julián, el del Hocino o el que baja al santuario desde el Arco del Bezudo, elevando la excelencia de todas esas rutas para hacerlas bonitas también de noche desde dentro si las paseas o desde lejos si estás enfrente. Estrujar más el billete para hacer Mangana visitable, lavar la cara a la Casa de la Demandadera, remozar el pasaje de la Puerta de San Juan, apuntalar Almudí o restaurar la Torre de San Gil. Y, con todo, que sobre un piquito para consolidar el muro derrumbado a la espalda de la calle Trabuco. Por 86 euros, oiga.
Todas estas obras se hicieron (o se iniciaron) en el año que ya es historia y lucirán y harán lucir a nuestra ciudad en el año que ya avanza. Y para que esto siga adelante, la Comisión Ejecutiva y el Consejo de Administración del Consorcio de la Ciudad de Cuenca han aprobado un Presupuesto para 2025 de 4,6 millones de euros. 86 euros por conquense. Acépteme el juego y no me sea quisquilloso, que ya sé que el reparto de los tributos no es tan fácil como el que aquí describo. Pero hágase a la idea y dígame si no ha merecido la pena.