Reconozco que hay ocasiones en que uno parece estar inmerso en un videojuego o, mejor, en una especie de metaverso ciudadano en el que van ocurriendo cosas cada cual más sorprendente. Podemos calificarlas con numerosos adjetivos. Las hay buenas, malas, prácticas, llamativas… De un tiempo a esta parte me empeño, como bien saben ustedes, en buscar dentro de dicho metaverso las mejores noticias con el sano objetivo de ver cómo realmente Cuenca empieza a abrazar ese futuro (o ese presente) magnífico que unos y otros se empeñan en promover. Así que, con la mira puesta en aquello que es bueno para todos y sin entrar en detalles me alegro enormemente por la recuperación de la portada del convento de las Reverendas Madres Concepcionistas Franciscanas, vamos, nuestras queridas monjillas de la Puerta de Valencia.
Hace siete meses sufrían un ataque absurdo con la clara idea de hacerles daño, tanto al edificio conventual como a las propias hermanas. La labor constante y tenaz de entidades y particulares, identificadas con las manos expertas de Mar, han permitido recuperar la fachada conventual. Sería magnífico que todas las intervenciones fueran así de rápidas porque, a pesar de que las obras ya han comenzado, ha pasado un tiempo excesivo (quizá ajustado al procedimiento, lo desconozco) desde que se anunció el túnel que horadará el familiar puente de la Trinidad hasta que las máquinas se han puesto manos a la obra, nunca mejor dicho. Bien está lo que bien acaba.
Uno se sorprende al ver cómo en Francia hayan tardado poco más de cinco años en recuperar todo un símbolo como la catedral de París. Cierto es que las situaciones son incomparables, pero quizá convendría aprender de la diligencia con que, cuando se quiere, se solucionan los problemas. El pasado martes se anunciaba para la semana próxima la presentación del Proyecto de Remodelación Integral de Carretería, empeño personal de Isidoro Gómez Cavero. Todos esperamos que este proyecto resuelva de una vez por todas la actual situación del centro conquense que lleva años luciendo una estética más propia de una república exsoviética que de un país occidental.
Sea como sea, necesitamos que, de una vez por todas, todos estos proyectos que se anuncian públicamente reduzcan de una manera notable el tiempo que media entre el anuncio y la conclusión. Ejemplos tenemos. No recuerdo las múltiples fechas dadas para solucionar el problema de la conexión a la estación del AVE, así como la adecuación de los autobuses urbanos a la sostenibilidad eléctrica. Quizá San Julián de enero nos regale las soñadas lanzaderas. Bien está lo que bien acaba. Pero uno tiene la sensación de que el frío invierno dura más de los preceptivos meses que el calendario marca, realzando la dureza del mismo en forma de exasperante lentitud entre el anuncio y el final. Quizá sea que deseando vivir en un metaverso ideal, me encuentro con la realidad de hacerlo en una ciudad que, hoy por hoy, se mantiene en el clásico interrogante de llamar o ir a abrir. Créanme que no es lo mismo.