Queda barro en las calles como queda en las fachadas de tantas casas en un pueblo que estuvo a un capricho de dos isobaras de contar la historia peor de lo que la cuenta ahora. Que de Mira a Utiel hay 30 kilómetros y que el río Magro salpica en Cuenca si se desborda. En Mira pusimos el primer crespón negro en Castilla-La Mancha con el nombre de Celsa en la primera esquela de una catástrofe cuya factura todavía no está escrita. Para que una herida cicatrice primero hay que parar la hemorragia, y lo segundo empieza a fraguar porque se consiguió lo primero. Aún de luto se puso en marcha la oficina que centralizará todas las gestiones, con representación funcionarial de todos los estamentos institucionales, con apoyo desde burocrático hasta emocional, y sin dejar de lado el de la ayuda económica.
Y aunque en Mira está, precisamente, el punto de mira, el foco se abre alrededor. Aliaguilla, Talayuelas o Landete también se beneficiarán de una estructura con manos de todos los colores que han sumado esfuerzos para restaurar una normalidad que nunca volverá a ser la de antes. Con colaboración a todos los niveles y desde todas las administraciones se ha puesto pie en pared. Y a partir de ahí, solo queda trabajar.
Como periodista, he contemplado, horrorizado, cómo se usa el dolor en la eterna búsqueda del rédito político. He observado al responsable de eliminar un servicio de emergencias para crear una asociación taurina llevar a los tribunales a un presidente por homicidio imprudente; he visto a un pseudoperiodista cansado de buscar y no encontrar extraterrestres alimentar nuevas conspiraciones; me he encontrado a un 'gamer' de salón anunciar desde su sillón ergonómico de mil euros mil muertos que nunca existieron en un aparcamiento. Por ver, he visto a un cadáver político reclamar el mando de una crisis que ya ha acabado con él; a una ministra decir que había miles de militares preparados para acudir a la llamada sin acudir; he visto a un rey dejar de posar para las monedas de dos euros para visitar una zona cero que no le necesitaba. Y, como usted, he visto a empresas mandar a sus empleados en pleno diluvio a abrir las aguas como Moisés luciendo letrero y falta de empatía.
La estadística de esta catástrofe ya supera la peor tragedia de la democracia, cuando un camión cisterna explotó junto a un parking de Tarragona dejando 215 muertos. Mucho antes dejó atrás los 87 cadáveres de la riada de Biescas. En este país del 'la letra, con sangre entra' estamos acostumbrados a aprender la lección a base de golpes. Por no irnos muy lejos, del incendio de Riba de Saelices que en 2007 se llevó la vida de once miembros del retén de Cogolludo salió la empresa pública Geacam.
Tras más de una semana de paladas y reflexiones hay tantas preguntas en el aire como amargura en el paladar. Poner el foco en cómo haberlo evitado no debe de impedir pensar en todas las soluciones que faltan para inventar ante lo que está por venir.