Empezó la historia que voy a contar hará cosa de 5 meses, semana arriba, semana abajo. De repente, en la zona común de la comunidad de vecinos en la que vivo, una mañana apareció una cuadrilla de obreros. Eran ocho. No sabía a qué venían, a pesar de que según me enteré después el asunto que les trajo –cambiar el suelo para eliminar humedades en el garaje subterráneo– se había tratado en una reunión de vecinos a la que no fui, debiendo confesar que tampoco me leí los 20 folios del acta levantada a tal efecto.
Los susodichos empezaron picando el suelo, siguieron sacando escombros, metiendo materiales más tarde… pero a una velocidad que, si lo llego a hacer yo, incluso con uno de esos cuñados que todos tenemos que no da palo al agua, habríamos invertido la cuarta parte del tiempo que estos señores dedicaron todos juntos a tales tareas. Mi estudio da a la zona en la que trabajan y ¿me creerían si les dijese que al menos en un 80 % de las ocasiones en que me asomo, sea la hora que sea, siempre encuentro sentados a todos, o a uno trabajando y los demás mirando, o a cuatro tumbados y los otros liados con el móvil? Imaginen ustedes, queridos lectores, y acertarán. No aclararé si estos trabajadores, que pronto llevarán por aquí medio año, son de aquí o de otro país, pues seguro que en caso de ser foráneos alguien me tacharía de xenófobo y si son de aquí de antipatriota, así que apelo nuevamente a la inteligencia del lector para que cada cual apueste sobre la cuestión de marras.
Hace unos 20 días pregunté a uno de ellos sobre cuándo acabarían, contestando que a finales de aquella semana. Hoy, al comprar langostinos para las próximas navidades, he echado un par de kilos más pensando en ellos. Los pobres merecerán celebrar tan entrañables fiestas como Dios manda y yo, en tan sentidas fechas, he decidido que les bajaré los crustáceos ya limpios (es humano evitar esfuerzos ajenos innecesarios) acompañados de botellas de vino ya abiertas y frescas. El roce hace el cariño y ellos llevan frotando sus traseros y espaldas, con el suelo a impermeabilizar, una buena temporada de mi vida. Pienso en la aflicción que me embargará cuando marchen. Me daré al vino, seguro, aun siendo cierta la teoría de mi vecina, la malvada, que insiste diariamente en que son okupas camuflados.