He asistido en mi vida solamente a un mitin. Me empujaron la simple curiosidad, el marujeo y las ganas de tener nuevas experiencias. Tenía yo 16 años y hasta mi ciudad, Cuenca, se había trasladado el entonces aspirante a presidente, Felipe González, para arengar a los suyos. No podía dejar de vivir ese momento. Entonces me importaba un carajo la política; lo que realmente me atraía era vivir plenamente. Además, me hacía ilusión ver en directo al que estaba a todas horas en la tele dando caña a Adolfo Suárez, ese a quien yo por edad no podía votar pero que gozaba de toda mi simpatía y al que reconocía una capacidad de liderazgo que siempre he admirado en quien es capaz de ganársela. Así, un amigo y yo decidimos asistir y lo cierto es que nos reímos mucho. No por lo que González dijo, que estaba dentro de la lógica y contexto del momento, sino por las burradas e idioteces que llegamos a escuchar entre los parroquianos. Era como ver al pastor con un rebaño adoctrinado y dócilmente controlado por los mastines de turno.
Solo he asistido en toda mi vida a una manifestación. Yo tenía 35 años y fue en condiciones muy distintas. Un deleznable grupo terrorista había secuestrado a un concejal de 29 años –hoy podría ser mi hijo– y amenazaban con hacer lo que finalmente hicieron: matarlo. Obviamente a su estilo: cobardemente; no creo que le permitieran defenderse, en igualdad de condiciones, de su valiente asesino. En aquella manifestación estábamos todos –recalco lo de TODOS, por si no me he expresado bien– los que cuestionábamos la violencia, pedíamos su liberación y condenábamos a unos asesinos que ya habían matado y que era seguro que siguiesen haciéndolo.
Hace días acudí, como mero observador y con mi cámara de fotos, a la única concentración a la que me he acercado en más de 60 años. En ella, unos muchos –pero MUCHOS, eh, y de múltiples sensibilidades sociológicas y pelajes; no partidos políticos, que esa es otra patética realidad– reivindicaban el cumplimiento de la palabra dada por un engañabobos: no alianza con golpistas ni separatistas. Experimenté una impresión brutal, emocionante. Sé que a otros siempre les quedará la libertad de engañarse, además de por otros, por sí mismos… y de sonreír a costa de la propia e incuestionable superioridad moral. ¿Ética, valores, principios?