He disfrutado de sus interpretaciones en multitud de películas y series, así como en no pocas obras de teatro. Mi admiración iba in crescendo, que decimos los músicos, conforme pasaba el tiempo. Cuando hace meses tuve la oportunidad de saludarlo en persona no me lo pensé dos veces. Estrechar la mano de uno de los grandes del teatro y poder cruzar con él unas palabras no siempre es posible. La conversación fue fluida, especialmente agradable. Quedamos en hablar nuevamente a fin de hacerle partícipe de un proyecto que pergeñaba yo por entonces. Tras un intercambio de misivas, nos vimos, un par de semanas después, en el hotel en el que se alojaba coincidiendo con una de las representaciones de la obra en la que él asumía un papel maravilloso, uno de los, a su juicio, más especiales que ha representado a pesar de llevar no pocas décadas sobre los escenarios. Llegó la fecha, nos vimos, charlamos con tranquilidad durante casi dos horas, compartí con él mi propuesta, me dijo que le ilusionaba muchísimo al girar en torno a él, al tiempo que mostró una inteligencia difícilmente superable y una educación exquisita… al menos aparentemente.
Días después, según lo acordado, intenté contactar nuevamente con él para poner en marcha el asunto. No contestó. Semanas más tarde lo intenté de nuevo. Nada. Hace un mes, dado su repentino mutismo, seguramente justificado, le mandé un último correo informándole de que, daba por finiquitado el plan y que yo me pondría con otro. Más de lo mismo.
Desconozco si seré capaz de volver a sacar una entrada para verlo actuar nuevamente en un teatro. Es casi seguro que seguiré viendo sus películas. Lo que tengo claro es que el hecho de haberlo visto «actuar», no solo en pantallas y escenarios sino posiblemente también en la vida real, ha pulverizado al artista que yo admiraba. Ha ocurrido, tal y como ya me pasó otra vez con otro famosillo, ciertamente deslumbrante en su rol de artista, que se derrumbó ante mí como ídolo al entablar con él una breve conversación de tú a tú. Al próximo actor o músico que admire, aunque pueda, no le daré ni la mano de manera que al menos pueda seguir admirándolo como profesional del arte. Ahora sé que los pedestales son solo para sustentar figuras de mármol o alabastro y no para hacer lo propio con personas corrientes.