En mis años de cronista parlamentario, siempre me pareció un deporte de riesgo que el político de turno en el uso de la palabra tirara de cita y se permitiera el lujo de parafrasear a alguien más importante, más conocido o más rimbombante que él. Atrevimiento que suele ser puerta grande si se cae de pie y enfermería a cualquier soplo de mal viento. Si el entrecomillado es preciso, viene a cuento y está bien atribuido, se puede levantar algún aplauso, y aún así, la probabilidad de desastre es demasiado elevada como para afrontarla desde la prudencia. Y, por muy bien que resulte, la etiqueta de pedante ya será eterna. Pues bien, me juego la próxima línea a cara o cruz. «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados», Groucho Marx. Si imaginamos un escenario en el que el tirabuzón me ha salido bien, ya tengo un punto de apoyo para avanzar en esta tribuna.
El Ayuntamiento ha prometido a la Balompédica no volver a usar el césped de La Fuensanta como platea para conciertos, no al menos después de la próxima vez, esa misma vez que ya prometió que no ocurriría. Lo hace después de prometer al empresario de los conciertos, esta vez por la vía contractual, que la música sonaría en el estadio, bajo pena de indemnización si así no fuera. Una vez planteada por la vía de urgencia esta solución, que no es otra que cumplir la promesa en diferido y con un año de retraso, La Fuensanta vivirá sus últimos conciertos este verano para, a partir de septiembre, no corear nada más allá de los goles balompédicos que vendrán.
Prometer, qué bonito el verbo y qué pura la acción, sobre todo si el incumplimiento no termina por gangrenarla. Pero qué triste, en cambio, que nazca de una amenaza. Si la Princesa Prometida fuera un escenario sin conciertos e Íñigo Montoya vistiera de blanco y negro, el prometedor habría llegado a prepararse a morir. Prometer, qué genial concepto y qué satisfactorio sublimarlo. Pero qué confuso cuando el prometido descubre serlo de segundo plato.
Con todo, y sin ser yo juez, es de justicia dedicar este espacio semanal a valorar el arte del Ayuntamiento de Cuenca para encontrar el problema después de buscarlo, saber diagnosticarlo a tiempo y aplicar un remedio que el tiempo dirá si es o no equivocado. Pero si hace siete días la tinta que ahora nos ocupa sabía a hiel, que no me sobre ahora una pizca de azúcar. Es honesto, o así lo creo, reconocer aquí que, al menos, se ha reaccionado con la suficiente agilidad y destreza como para evitar el mal mayor. Y mientras, servidor y otros mil conquenses se van hoy a la plaza de toros, que Radio Kolor celebra otra Fiesta de la Primavera, y ya van 30. Les vendré a contar, si me lo permiten, si suena bien y si hay cerveza para todos. Les vendré a contar, si quieren saberlo, si se afinan y suenan mejor las guitarras en el coso que en el área de penalti.