La Catedral de Cuenca es un cúmulo constante de sorpresas y de novedades. El pasado sábado, por la mañana, tuvo lugar una ordenación sacerdotal con la presencia de numerosos fieles que llenaron los bancos del altar mayor, en gran parte vecinos de la localidad de Gascueña que quisieron arropar a su joven seminarista que recibió de manos del señor obispo monseñor José María Yanguas y de todo el Cabildo catedralicio y párrocos de la provincia la potestad para poder servir espiritualmente a los fieles católicos como representante de la Iglesia. Un acto religioso, solemne y emotivo, mientras todo el espacio catedralicio se iluminaba con la luz espiritual de un momento fundamental, complementándose con los reflejos solares de esas magníficas vidrieras a cuyo trasluz resaltaban las bendiciones necesarias para cumplir el fiel mandato de un nuevo sacerdote.
La Catedral es un espacio maravilloso. Rezuma arte por todos sus costados y sirve como ese Museo constante donde el visitante, el historiador o el fiel creyente se sienten imbuidos de plasticidad, belleza, sentimiento y cultura. El conquense, amante de la historia, encuentra en este lugar sagrado todos los condicionantes para seguir la evolución de un rico pasado, sorprendiéndose constantemente de las múltiples novedades en restauración y ornamentación que siguen aumentando su admiración. Quedé maravillado del acto que este sábado nos ofrecía la administración episcopal y sentí cómo el espacio sagrado catedralicio crece en majestuosidad cuando los servicios religiosos acumulan magnificencia y boato.
Para mí, nuestra Catedral sigue siendo el mayor icono turístico dentro del amplio espacio artístico y cultural que el Casco Antiguo de esta ciudad patrimonio ofrece, siendo la visita obligada para quien quiere apreciar parte de esas excelencias que una ciudad tan especial como la nuestra puede mostrar.