El pasado viernes fue uno de esos días en los que te acuestas con una sonrisa. Es verdad que la actualidad, a la que los periodistas no podemos vivir ajenos, es cruda y cruel. Ésta invita poco a sonreír, viendo lo que sucede especialmente en el apartado de los sucesos. Por suerte o por desgracia –más de lo segundo que de lo primero–, los que elegimos vivir de esta profesión no podemos abstraernos de todo lo que nos rodea y lo convertimos en noticia para hacérselo llegar a todos ustedes. Salvo en contadas excepciones, esa realidad, sobre todo en las últimas semanas, es dolor y destrucción. El viernes, al menos durante unas horas, no. Los lacrimógenos teletipos motivados por los crímenes de violencia machista o vicaria, o la situación que todavía se vive un mes después del paso de la DANA, quedaron en cierta media a un lado gracias a un grupo de alumnos del IES Lorenzo Hervás y Panduro.
Este grupo de chavales dibujó una sonrisa en una parte del equipo que todos los días ponemos en marcha La Tribuna. Dentro de un interesante proyecto de comunicación, junto al IES Pedro Mercedes, este grupo de estudiantes con capacidades diferentes conoció de primera mano el trabajo que realizan los periodistas de un diario impreso. Llegaron cargados de preguntas, algunas de ellas tan bien lanzadas e incisivas que ya nos gustaría hacerlas a nosotros a ciertos protagonistas de la actualidad. Con su interés por nuestra labor y su ilusión por 'empaparse' de nuestro día a día, lograron hacernos sentir especiales. El equipo tuvo la responsabilidad de estar a la altura de lo que ellos se merecían, con el deseo de transmitirles algún aprendizaje.
Sin embargo, más allá de lo que nosotros pudiéramos hacerles llegar o lo que pudieran aprender de su visita a La Tribuna, nos dieron la mejor lección de todas. Y es que el mundo necesita más personas como ellos. Solemos decir que son chicos y chicas con capacidades diferentes, y tanto, porque una de esas capacidades diferentes es la de mostrar continuamente su afecto y amor. Sara, Yago o Alejandro, sin ir más lejos, quisieron despedirse con abrazos y besos, y en sus rostros se podía ver la gratitud por el día que habían vivido. Rodearse de personas como ellas te reconforta, te llena de valores y principios, te hace feliz, pero sobre todo te ayuda a relativizar y a saber qué es lo realmente importante en esta vida. Muchas veces –casi siempre–, tendemos a mirar el dedo en lugar de la luna cuando nos la señalan. Gracias, chicos, por permitirme ver la luna.