Leo Cortijo

Leo Cortijo


Cinco años

10/03/2025

Cinco años se cumplen. Creo que coincidiremos: 2020 fue el peor año de nuestras vidas. Al menos, para aquellos que por suerte solo hemos conocido las guerras gracias a los libros de historia. Maldito coronavirus. Y todo lo que trajo bajo el brazo desde aquel 14 de marzo en el que la vida nos cambió como jamás hubiéramos podido pensar. Hasta esa primavera de angustia, desasosiego, incertidumbre y miedo, palabras como confinamiento, pandemia, teletrabajo, desescalada, distanciamiento social, mascarillas o ERTE solo eran conceptos que bagaban por ahí, sin rumbo y que prácticamente desconocíamos. Nunca antes las habíamos utilizado. ¿Se han parado a pensar cuántas veces las mencionaron entre 2020 y 2021?

Hubo un tiempo en el que nos lo tomamos a broma. Como si la cosa no fuese con nosotros. Sin imaginarnos por un segundo la que se nos venía encima. «Un chino se ha comido una sopa de murciélago o de pangolín y se ha muerto… ¡Estos se comen cualquier cosa!», decíamos. Pues toma, como un bofetón en toda la cara resonaron tres palabras que nos hicieron cambiar el rictus: estado de alarma. Ojo, que esto es más serio de lo que parece. El encierro domiciliario tiñó de negro y tristeza los meses de marzo y abril mientras se combatía el azote más despiadado de la pandemia. Fueron los días más crueles de la crisis sanitaria. Lo nunca visto en todos los sentidos. Durante esos días vivimos pegados al recorrido que dibujaban tres curvas. La de contagios, la de fallecidos y la de altas. La nómina de pérdidas cada vez era más notable. Algunos de ellos, héroes caídos en combate de ese ejército de batas blancas que arriesgaba su vida para salvar la de los demás. Mientras tanto, nuestra Cuenca del alma era una ciudad fantasma tomada por el Ejército, la Policía, la Guardia Civil y los bomberos, pertrechados en lo que entonces nos parecían trajes lunares mientras bañaban con lejía todo lo que se encontraban a su paso. Aquello era de película de ciencia ficción.

Con el barco a punto de encallar, emergió la solidaridad de los conquenses para aportar un halo de esperanza. Cual titánica resistencia, arrimaron el hombro como buenamente pudieron. El que sabía coser cosió batas y mascarillas. El que tenía una impresora 3D hizo pantallas faciales. Los que tenían un tractor con pulverizador ayudaron en la limpieza de las calles. Hubo jóvenes que hicieron la compra a los mayores que no podían salir de casa. Creo que van a pasar muchos años para que volvamos a ver un ejemplo mayor de fraternidad y sentido de Nación. Algo que se ponía de manifiesto todos los días a la ocho de la tarde. Un aplauso como símbolo de unión.

La tormenta aminoró y la curva del demonio comenzó a dar un respiro. Empezamos a hablar de desescalada por fases y de algo que nos sonó raro de entrada: 'nueva normalidad'. Salimos de casa. Como en el final de esas películas apocalípticas cuando el desastre natural ya ha pasado y los protagonistas miran a su alrededor para ver el estado en el que ha quedado todo. Poco a poco, empezamos a retomar el pulso. Aunque con restricciones que iban y venían, volvimos a vivir (en la medida de lo posible). A base de un esfuerzo titánico, y tras sudor y muchas, muchísimas lágrimas, conseguimos ver la luz al final del túnel gracias a una vacuna. Cinco años han pasado y pasarán muchos más, pero no lo olvidemos jamás.