Humberto del Horno

Lo fácil y lo difícil

Humberto del Horno


Echar raíz y doblar la rama

09/06/2023

Casi la mitad de la provincia de Cuenca es superficie forestal y eso nos permite presumir de un inventario de árboles singulares envidiable. El Pino del Tío Rojo o El Sabinorro en El Prado de los Esquiladores; la Sabina de Cañete; la encina de Monte Chico junto al Záncara, en Mota del Cuervo. Algunos ya sin vida y de los que sólo queda el recuerdo, como el Árbol de Santiago en Carrascosa del Campo, que asomaba sus ramas a pocos metros del huerto de mi abuelo. 

En la ciudad hay también buenos ejemplares. Cualquiera de los sauces del Parque de los Príncipes, los almendros de la Fuente del Oro, alguno al azar en la ribera del Huécar.

Y aguanta, todavía, un árbol que me ancla al paso del tiempo. Un cerezo en el parque de Los Moralejos que –ni que fuera Vivaldi– desde hace años me anuncia la primavera, me ilustra el verano, me enseña el otoño y me avisa de que llega el invierno gracias a las fotos enviadas puntualmente por un remitente que, al no gustarle la notoriedad, llamaremos paseante.

El paseante retrató al cerezo de Los Moralejos en todas sus poses, que es una sola. Lo fotografió sólo y lo fotografió hasta con sus nietas. Soñó incluso en un trasplante imposible para que reinara en el jardín que nunca tuvo.

Igual que Jardiel Poncela colocó el cadáver de Eloísa a los pies de un almendro; como Sean Penn se cuestionó la existencia de la fe en El árbol de la vida de Terrence Malick; o de forma similar a la que Rubén Blades cantó al último árbol de Brasil en Naturaleza muerta, hay árboles llenos de vida a los que les aguarda la tragedia.

Y así le llegó hace dos semanas al cerezo de Los Moralejos. La puntual foto que el paseante remitía del cerezo vino esta vez con cicatriz, ya que una de sus imponentes ramas amaneció partida.

Cuando eres un árbol, lo mismo te fotografían a diario que te llega la carcoma. Te mojas cuando llueve, te quemas si hay fuego o te parte el rayo en la tormenta. Pero un simple vistazo sirvió al paseante para elevar un diagnóstico que comparto: «Ha sido un hijo de puta».