Imagine a Pepín Bello retando a Lorca y Alberti a coser letras a cuatro manos para escribir en verso la mejor de las historias; a Buñuel cogiendo el pergamino y convirtiéndolo en el guión definitivo de la película de su vida para que Unamuno lo adorne después a golpe de confeti insustancial. Imagine a Juan Ramón Jiménez bordándole guindas costumbristas y a Manuel de Falla poniéndole banda sonora para que Severo Ochoa termine perdiendo la cabeza al ver el resultado.
Aquello podría haber ocurrido en la icónica Residencia de Estudiantes que sirvió de pegamento a la Generación del 98. Pero cien años después vino a pasar algo parecido en Cuenca, con otros nombres, con otras caras, en la Bartolomé Cossío.
Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López, Raúl Cimas, Carlos Areces, Pablo Chiapella, Aníbal Gómez... La alineación sale de carrerilla, como la del Milan de Sacchi, como la Quinta del Buitre. Herederos de José Luis Cuerda con ramalazos de Monty Python y confeti berlanguiano que, 20 años después, ya son un mito.
«Si en lugar de a Cuenca, hubieran ido a estudiar a Madrid, no hubieran conseguido nada». Esto no lo digo yo, lo dijo José Antonio Sarmiento, profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Castilla-La Mancha, donde mientras cambiábamos de siglo tuvo la oportunidad de tener que enseñar, o al menos calificar, a buena parte de la banda que se bautizó como 'chanante' y que ha acabado siendo leyenda.
Cuenca barnizó el molde de todo lo que vino después. Lo más 'proto chanante' que surgió en la mente de Joaquín Reyes fue 'Candilejas y Zarajos', monólogos apócrifos donde un director de cineclub con acento conquense servía como hilo conductor, lo que fue un primer 'testimonio', piedra angular de todos los episodios que vinieron después.
Las leyendas a veces se construyen a base de casualidades y los chanantes las encontraron en su camino. En Cuenca se vino a dar cita la pólvora que el realizador Santiago de Lucas metió en sacos poco después en Madrid. Fue la mecha Miguel Salvat, que les dio un lienzo en blanco y las llaves de Paramount Comedy para hacer y deshacer. Y la cerilla fue un chaval anónimo de Murcia que fileteó los 50 primeros programas emitidos en una tele de pago con un 0% de 'share' para colgarlos en YouTube y empujarles a una fama en diferido, pero ya eterna. Y entonces, explotó.
Crear un concepto y sentar una cátedra en un formato de comedia plagado de imitadores y aún huérfano de herederos no hubiera sido posible sin el escenario de la Cuenca del 'Efecto 2000' y sin nuestra particular Residencia de Estudiantes. «Cossío, mecagüenla; los más borrachos, mecagüenla; los que más beben y menos mean».