El otro día en consulta, la madre de un niño de ocho años me comentó su incertidumbre sobre el próximo curso escolar, ya que en el centro donde está escolarizado su hijo todos los libros iban a ser digitales y por tanto obligado el uso de la tablet. ¿La opinión de los padres cuenta? En este caso no: si no te gusta, te cambias de centro. ¿Somos pioneros implementando este tipo de metodología? ¿Ya hay experiencia al respecto?
La neurociencia más moderna ya nos habla de cómo las herramientas digitales afectan al cerebro. Estas advierten sobre los peligros de la sobreexposición a las pantallas, ya que puede alterar los circuitos de atención, disminuyendo la capacidad de concentración y afectando la memoria a largo plazo.
Dos conocidos expertos, Mario Alonso Puig y Marian Rojas, subrayan la importancia del aprendizaje a través de medios tradicionales, ya que la lectura en papel facilita una comprensión más profunda y una retención más duradera de la información. Esto se debe a que el cerebro procesa la información escrita de manera más efectiva cuando se interactúa físicamente con el material, como al pasar las páginas de un libro. También otro punto a considerar es la exposición continua a la luz azul emitida por las pantallas que afecta a la vista y a los ciclos de sueño.
Aunque no podemos negar los beneficios de la tecnología, en el caso de los niños y en su educación, es vital encontrar un equilibrio para asegurar que no perjudiquen más de lo que ayudan. La tecnología debe ser una herramienta complementaria, no un reemplazo de los métodos tradicionales que han demostrado su eficacia a lo largo del tiempo.
Reemplazar los libros de texto en papel por tablets puede parecer un avance hacia la modernización, pero en países pioneros con sistemas educativos de alta calidad, que por cierto nuestro profesorado viaja a estas ciudades para copiarlos, ya han cambiado su modelo en las escuelas de Primaria retirando o reduciendo el uso de dispositivos digitales, tal es el caso de Finlandia y Suecia.