La masticación es una función esencial que va más allá de la simple trituración de los alimentos, ya que también desempeña un papel significativo en la salud cerebral, especialmente en las personas mayores. En la tercera edad, factores como la pérdida de piezas dentales, patologías o el riesgo de atragantamiento pueden llevar a la adopción de dietas de fácil masticación. Al ingerir alimentos sin apenas esfuerzo, el cerebro recibe menos estímulos y se pierde un proceso fundamental para su activación. Además, la monotonía en la alimentación puede reducir el placer por la comida y afectar el estado de ánimo de la persona mayor.
Diversos estudios han demostrado que masticar activa áreas del cerebro relacionadas con la memoria, el aprendizaje y la coordinación motora, siendo un factor protector contra el deterioro cognitivo y de las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. Cuando masticamos se incrementa el flujo sanguíneo cerebral, mejorando su oxigenación y estimulando la actividad neural asociada al aprendizaje y la memoria. Los estudios actuales respaldan la hipótesis de que las personas con un mayor número de dientes presentan una menor tasa de demencia y por lo tanto un menor deterioro cognitivo.
Las dietas de fácil masticación pueden ser necesarias en casos de disfagia, pero su uso generalizado en adultos mayores que aún tienen capacidad para masticar puede traer efectos negativos, ya que se reduce la activación cerebral y la musculatura orofacial se atrofia con el tiempo.
Fomentar hábitos que incentiven la masticación en nuestros mayores, como masticar alimentos de diferentes texturas dentro de sus posibilidades, realizar movimientos de apertura y cierre de la boca, sacar la lengua, masticar chicle… puede ser una buena manera de estimular la actividad mandibular y promover la salivación, lo que ayuda a la deglución, digestión, salud cognitiva y emocional. Y muy importante: las visitas periódicas al dentista, el gran olvidado entre nuestros mayores.